martes, 29 de noviembre de 2011

"El fado no tiene color político, es el suspiro de un pueblo"

Entrevista a Celeste Rodrigues, la última superviviente de la época dorada del fado


Celeste Rodrigues.

Celeste Rodrigues.

Maria Celeste Rebordão Rodrigues (Fundão, 1923) es la última superviviente de la época dorada del fado. Hermana de la gran fadista Amália Rodrigues, canta cada noche de domingo en una casa de fados del histórico barrio lisboeta de Alfama, en cuyo interior responde a esta entrevista. Con 59 discos publicados desde su estreno en 1950, Celeste Rodrigues se prepara para cruzar el charco y debutar el próximo 24 de enero en el teatro Carnegie Hall de Nueva York.

El fado ya es Patrimonio de la Humanidad. ¿Lo esperaba?

Nunca imaginé que fuera a llegar este reconocimiento porque ni sabía que existía eso de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, pero es un galardón muy merecido. Sólo hay que ver a gente de todo el mundo aprendiendo portugués para poder entender los fados. Esta música ha hecho tanto por nuestro idioma como la poesía de Camões, como por el español hicieron Machado o Lorca.

Su hermana Amália ya no está. ¿Qué pensaría ella?

Estaría tan contenta como yo, porque durante muchos años ella reclamó un trato de justicia para el fado. Amália tomó contacto con el fado en las calles de Lisboa, donde escuchaba a los cantantes con sus historias del pueblo. 
La calle y la noche son las verdaderas escuelas del fado, porque esta música no se aprende, se siente. Puedes aprender la música y las letras, pero el fado no se enseña ni se aprende, el fado se vive. Y la vida es la única escuela del fado.

¿Ha cambiado mucho el fado en estos dos siglos?

Apenas en estilo, porque el fado sale del alma de cada intérprete, el fado es la sensibilidad del cantante y del guitarrista.

¿El fado es a Portugal lo que el flamenco a España y el tango a Argentina?

El fado y el flamenco demuestran que los dos pueblos se parecen mucho, aunque ustedes son más alegres, más extrovertidos, y los portugueses somos más melancólicos, quizá porque estamos cerca del mar. Somos los últimos de Europa y apenas tenemos el mar como vecino.
Para el portugués, la vida es un fado: amor, celos, mar, cielo es un cante jondo que sale del interior del alma, como el flamenco que escuchaba cuando Amália y yo íbamos de vacaciones a Badajoz o Balears.
En Mallorca, una noche estuvimos escuchando flamenco hasta que amaneció y otras veces pasábamos días enteros junto a Porrina de Badajoz y Manolo Caracol, dos grandes cantaores que fueron buenos amigos. 

Como el flamenco en España, el fado también sufrió por ser visto como la música de la dictadura

Así fue, por desgracia, pero el fado no es político, el fado pertenece al pueblo. Es como un suspiro, el suspiro de todo un pueblo y no tiene colores políticos.

¿Y qué futuro le espera al fado?

No sé, ya tengo poco tiempo para saberlo, pero creo que no cambiará por un premio. El fado tiene el valor de siempre y las generaciones nuevas son el reflejo de su futuro. Tenemos buenas voces que siguen con el trabajo diario para mejorar nuestra música. Ese es nuestro mejor patrimonio.

¿Qué consejos daría a los jóvenes que cantan fado?

Ninguno. ¿Quién soy yo para dar consejos? Puedo hablar de mi experiencia, pero el único consejo es que mantengan la humildad y la autenticidad. Y que tengan paciencia para mejorar cada día, porque nadie canta con 20 años como se hace con más edad. Las experiencias de la vida son las que permiten entender mejor lo que estás cantando, es entonces cuando entiendes bien lo que el poeta ha escrito en las canciones. Yo he tenido la enorme fortuna de dedicarme a lo que más me ha gustado en la vida, cantar fados, pero cuando llego a casa me olvido de los aplausos del público, porque si no sufriría mucho.

Tiene 88 años y canta cada semana ¿Me puede confiar su secreto?

No bebo, ya no fumo y vivo tranquila con mis dos hijas, cuatro nietos y cuatro bisnietos. Por eso digo que soy rica. Y quien canta fado no tiene estrés porque toda la tensión sale fuera cuando una canta, así que el corazón no sufre de más. 

 

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