Orfeo Suárez
Llegar al banquillo del Barcelona se convirtió en una obsesión para Guardiola
de la misma forma que abandonarlo desde el primer día en que se sentó
en la banda del Camp Nou.
Es un conocedor tan profundo de la naturaleza
del fútbol, de los polos de una pasión que eleva y destruye, que ama y
odia en idénticas proporciones, que quiere evitar la dinámica de un
proceso que considera inexorable.
En realidad, piensa que, a pesar de
las victorias, nada ha cambiado, y por ello quiere evitar lo peor de
este idilio con su profesión y su club. Aunque parezca un contrasentido,
Guardiola dice no por amor al fútbol, por amor al Barça.
Como futbolista, asistió al cruento final de Cruyff, con pañuelos en las gradas, en un club en el que desde los tiempos de Suárez y Kubalapermanecen
escondidos Caín y Abel. En eso, el Barça es muy español. Como jugador
en activo, decidió cuándo marcharse, antes, en su opinión, de que la
grada tuviera la tentación de hacerlo.
Ahora se atiene a la misma
intuición, pero con mayor urgencia por el tremendo calado de su obra. No
quiere correr el riesgo de estropearla para esperar a la que la
historia le absuelva. No quiere verse enfrentado a los suyos. No quiere
que su otro yo traicione al Guardiola que quiere ser, en el lugar en el
que nació, en el que quiere vivir y en el que desea que crezcan sus
hijos.
La falta de sintonía con Sandro Rosell y la mayor proximidad a Joan Laporta
o Cruyff, con los que ha mantenido sus citas, no son, en mi opinión,
relevantes en su decisión, aunque quizás no formara el mejor marco para
la entrada en un ciclo no tan triunfante, en la normalidad de un equipo
ganador sin serlo siempre, porque todo lo anterior ha sido el amor
perfecto, la utopía. Tampoco las astronómicas ofertas económicas, aunque
en alguna ocasión haya observado el sueldo de Mourinho y se haya preguntado por una diferencia que no se correspondía con los resultados.
Donde sí se ha mirado todas las mañanas es en el espejo, y éste le
hablaba de su desgaste, de su envejecimiento. El carácter obsesivo
también le ha llevado a interpretar su trabajo de forma estajanovista,
con dificultades para delegar, lo que lamentaban Estiarte o Zubizarreta
por la energía que le arrebataba. Lo admitía, pero le resultaba
inevitable, víctima de sí mismo.
El propio Guardiola se describió como
un anacoreta durante su condecoración en el Parlament, encerrado en su
despacho en los bajos del Camp Nou, frente a un vídeo, sin saber si
anochecía. Su familia ha padecido esa entrega, pero tampoco se trata de
la causa fundamental. Estiarte dice que Guardiola tiene en casa mujer y
madre a la vez, el equilibrio perfecto.
Otra relación, en cambio, sí ha sido fundamental para sus
decisiones, y es la que ha tenido con sus futbolistas. Es tan consciente
de su exigencia, de su pasión, de su obsesión, que sabe lo agotadora
que es para sí mismo y para quienes le rodean. La ha testado día a día y
cree que puede estar próxima a rebasar el vaso.
Hace un tiempo,
Guardiola leyó la biografía de Juan Belmonte, escrita por Manuel Chaves Nogales,
y creyó encontrar una interesante interpretación del efecto devorador
del éxito en las otoñales reflexiones de este matador de principios del
siglo XX. Belmonte fue un hombre autodidacta, un alquimista del triunfo
de origen muy humilde que llegó a codearse con Valle-Inclán o Julio Romero de Torres.
Quiso que el mundo que se abría más allá del albero le diera
perspectiva. Guardiola es hijo de un albañil, de un 'paleta', que ha
sumado de todas las experiencias posibles, también del mundo de la
cultura. Habla mucho, pero tiene una cualidad: sabe escuchar. A menudo
se ha frivolizado con su calado intelectual, algo que en privado niega.
No lee todo lo que quisiera.
Arrigo Sacchi, junto a George Weah.
Su amor al fútbol está antes que su amor a la victoria, como el
juego está antes que el gol, pero sabe que el primero no puede vivir sin
el segundo.
Mourinho, por ejemplo, hace el mismo recorrido, pero al
revés. Entrenador ya cuando era futbolista, como explican los técnicos a
los que se enfrentaba por lo mucho que les preguntaba, ha querido
siempre sentirse parte de lo que sucedía en el terreno de juego,
intervenir, sentir que podía hacer variar las cosas. Eso le ha llevado a
tratar el juego como un artesano, como un orfebre, pero con los
objetivos de un científico.
En mi opinión, más allá de los títulos, su Barça pasará a la
historia por su contribución a la evolución del fútbol, lo mismo que la
Máquina de River, el Ajax de Cruyff, el Madrid de Di Stéfano o la Quinta del Buitre, el 'dream team' y el Milan de Sacchi,
entre otros. Ha alcanzado el privilegio de quienes han sido
reconocidos, pero, en realidad, piensa como quienes no lo fueron en su
tiempo.
Como Galileo tras ser condenado por la Inquisición. Si entonces,
el italiano dijo de la tierra 'eppur si muove', y sin embargo se mueve,
Guardiola dice en silencio de su Barça: 'Y sin embargo perderemos, y,
sin embargo, me odiaréis'.