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martes, 10 de abril de 2012
Fotogalería._ Medellín, el crimen a fuego lento
Levantamiento del cadáver de un hombre que
recibió cuatro tiros en la cabeza. En la década de los 2000, la media de
homicidios en Medellín ha sido de unos 2.000 muertos al año. Una cifra
muy grave, pero más leve que a principios de los noventa, cuando caían
hasta 4.000 en un año.
Una niña sonríe a través de una reja mientras un militar patrulla.
Un pandillero posa con su revólver en un sofá de su escondite.
Un muchacho enseña las cicatrices de su espalda.
Según su testimonio, un día lo atacaron miembros de una banda rival y le
dieron 20 puñaladas en distintas partes del cuerpo.
Las comunas son un laberinto de ladrillo y chapa
en constante expansión. Las fuerzas de seguridad, en ocasiones, tienen
serios problemas para orientarse en el embrollo de callejuelas por el
que se mueven con facilidad los miembros de las pandillas.
Los cadáveres pueden desaparecer de inmediato de
las calles o quedar tendidos durante horas. Depende de la decisión que
tomen sus familiares o los miembros de su combo: enterrarlos o cremarlos
rápido para que no se recojan pistas, o desentenderse del difunto para
no se les relacione con el caso.
La Policía y el Ejército han reforzado su
presencia en la Comuna 13 después de una guerra entre capos que bañó en
sangre el barrio entre 2009 y 2010. El control real de estos
vecindarios, de todos modos, continúa estando en manos de los jefes del
crimen y de sus pandillas.
Un joven enseña una herida de bala en la parte
baja del omóplato derecho. Sobre el agujero, el tatuaje de una calavera.
Al mismo tiempo que la religiosidad católica popular baja en Medellín,
en los barrios pobres se va asentando la simbología de muerte de las
violentas 'maras' [pandillas] centroamericanas.
Los jóvenes sicarios viven sin esperanzas de
futuro. Según el padre Juan Carlos Velásquez, que lleva años tratando de
comprenderlos y ayudarlos, dice que su idea de la existencia es simple,
como el título de una canción de Juanes: 'La vida es un ratico'.
En la Comuna 13 de Medellín no falta todo tipo de
material para la batalla. Eso le dijo un joven al fotógrafo que sacó
estas imágenes: "Usted sabe que en la guerra las armas es lo que más se
ve. Se ven más las armas que la comida y la plata [el dinero]".
Por las cuestas de las comunas -construidas sobre
las laderas que rodean el centro urbano, comercial y financiero de la
ciudad- circulan a toda velocidad pequeños buses que transportan a los
vecinos de un lado a otro. La extorsión a los transportistas es una de
las múltiples vías de ingresos del crimen.
Los chicos empiezan a manejar armas poco después
de los 10 años de edad. Cuando entran en la adolescencia, mucho ya son
pistoleros consumados y han cometido varios homicidios. Normalmente, las
mafias proveen de pistolas, revólveres y rifles a los muchachos que
usan para proteger su negocio.
Los barrios pobres son una cárcel para los
jóvenes. Las opciones de progreso escolar o laboral son nimias, y
muchos, al enrolarse en el crimen, no pueden salir de sus vecindarios,
separados por límites urbanos que allí se conocen como "fronteras
invisibles": si los cruzas, estás en territorio comanche.
El día a día de los sicarios es tan peligroso
como soporífero. Pasan la mayor parte del tiempo haciendo rondas por su
territorio -para evitar que entren otras pandillas- o resguardados en
casas de seguridad donde dormitan o se drogan para combatir el hastío.
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