Froilán de Borbón, Antonio Beteta y el central Pepe.
Al secretario de Estado de Administraciones Públicas, Antonio
Beteta, nadie le ha avisado de que la guerra sucia del Gobierno central
contra Andalucía terminó el 25 de marzo y el pobre se ha hecho un lío. Y
no sólo un lío: a lo tonto a lo tonto, y al igual que el pequeño
Froilán de Borbón, Beteta se ha disparado a sí mismo y al Gobierno al
que pertenece.
A favor de Froilán puede al menos decirse que solo tiene
13 años, mientras que los 56 de Beteta agravan el alcance de una
imprudencia cuya única justificación sería la misma que vale para todos
los niños que dicen cosas indebidas delante de las visitas: las
criaturas se limitan a repetir en público lo que han oído decir tantas
veces a sus papás en privado, sin calcular que lo que en la intimidad
familiar es una inocente chanza, delante de extraños puede ser un
embarazoso drama.
Eso de dispararse en el pie le ha pasado a
Antoñito Beteta por jugar con armas de fuego, pues la estrategia de
poner en duda las cuentas autonómicas es exactamente eso: un arma que
manejada sin pericia puede poner en peligro la vida del artista o de
quienes anden cerca de él, desacreditando además el buen nombre de la
familia y su capacidad para educar debidamente a los hijos.
Cuando el
número dos de un ministerio tan crucial como el de Hacienda dice tener
datos de que la Junta de Andalucía "no es transparente" sobre sus cifras
de déficit, y eso es lo que dijo Beteta ayer en Onda Cero, está
sembrando dudas sobre credibilidad internacional de las cifras mismas de
España, es decir, está creando problemas a su propio Gobierno, que
precisamente lo que necesita a toda costa es hacer creer a Bruselas y al
resto del mundo que España no hace trampas con sus cuentas públicas.
Antes
de las elecciones andaluzas que dieron la victoria a la izquierda, la
vicepresidenta Soraya Saénz de Santamaría y varios miembros más de la
familia gubernamental, entre ellos el propio jefe de Beteta, Cristóbal
Montoro, se divirtieron reiteradamente a costa de las cuentas andaluzas
desacreditándolas una y otra vez en público y en privado.
Era una guerra
sucia, pero al menos se entendía: las elecciones autonómicas estaban a
la vuelta de la esquina y toda ayuda era poca para conseguir la mayoría
absoluta que las urnas negaron finalmente al Partido Popular.
No
hay datos ni los ha habido nunca de que la contabilidad pública
andaluza sea menos fiable que la del resto de comunidades autónomas,
pero sí hay datos y son incontestables de que Andalucía ha sido la única
comunidad sobre la que el Gobierno ha manejado la insidia, alentado el
descrédito, extendido la duda y propagado la sospecha de que sus cuentas
no son lo que dicen ser.
Perdida definitivamente Andalucía para
la causa del bien, no tiene sentido seguir con una matraca que ya no
puede dañar al PSOE andaluz ni, en realidad, a la propia Andalucía, pero
que sí tiene como primer damnificado al mismísimo Gobierno de España,
ya que afirmaciones como la de Beteta se lo ponen más difícil al
Ejecutivo a la hora de convencer a los burócratas europeos de que España
no hace trampas.
Cómo que no las hace, si hasta los altos funcionarios
del Gobierno español afirman lo contrario, se preguntarán los genios de
Bruselas relamiéndose para sí mismos como hace todo el mundo cada vez
que la realidad confirma los propios prejuicios.
A Beteta le ha
ocurrido también lo que le sucedió el domingo al bronco central
madridista Pepe, cuando ya en el tramo final del partido contra el
Valencia se dedicó a hacer teatro retorciéndose aparatosamente en el
suelo por la leve patada de un adversario, sin advertir que esa pérdida
de tiempo perjudicaba no al equipo contrario sino a su propio equipo,
que era el que necesitaba con urgencia ganar el encuentro.
Cuando su
compañero Arbeola se acercó a informarle de que, como mínimo, estaba
haciendo el tonto, Pepe estaba tan en su papel sobreactuando a cuenta de
un dolor inexistente que hasta le propinó una patada involuntaria al
pobre Arbeola.
Al igual que Pepe al Real Madrid y Froilán a la
Casa Real, Beteta le ha propinado una involuntaria patada a su ministro
Montoro y a su presidente Rajoy. Como Pepe y otros jugadores bastante
efectivos pero poco sutiles y, en todo caso, no extremadamente
inteligentes, Beteta no ha comprendido que su equipo necesita con
urgencia ganar ante los mercados el partido de la credibilidad y la
confianza y que sobreactuaciones como la suya operan en contra de los
intereses de su propio club.
Del mismo modo que en descargo de Froilán
puede decirse que tiene 13 años y en descargo de Pepe puede decirse que
es futbolista, en descargo de Beteta poco puede decirse. Si acaso, que
fue durante años consejero del Gobierno de Esperanza Aguirre. ¡La de
cosas que debió oír el pobre chico en aquella casa cuando no había
visitas!
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