Roman Polanski es uno de esos directores que no se prodigan mucho en las salas. En las seis décadas que lleva haciendo cine –la sexta acaba de estrenarla– ha firmado 19 largos. El último se llama ‘Un dios salvaje’ y llega hoy a los cines. De cada periodo puede extraerse una película representativa del mismo que refleja cómo es este director de origen polaco que elude pisar tierra estadounidense por problemas con la justicia de allí.
La vida de Roman Polanski da para hacer algo más que una trilogía con sus aventuras y desventuras. Huérfano de madre por culpa del Holocausto, su mujer y su hijo no nato fueron asesinados por una secta y desde hace años no puede pisar suelo estadounidense porque aún arrastra una antigua denuncia de 1977 por haber mantenido relaciones con una menor. Esto en lo personal. En lo laboral, una carrera que se prologan durante seis décadas con periodos de inactividad marcados por sus problemas personales. En cada una de ellas se erige una película como la emblemática de la década.
La semilla del diablo (1968)
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La carrera como director de Roman Polanski arrancó en 1962 con El cuchillo en el agua, una película en blanco y negro que utilizó como tarjeta de presentación para abrir algunas puertas como la que le permitió rodar Repulsión tres años más tarde. Sin embargo, la película emblema de los sesenta es La semilla del diablo (1968). Protagonizada por Mia Farrow, Polanski presentaba un espacio claustrofóbico, una atmósfera asfixiante. Algo que se repetiría después en muchas de sus películas. Además, se adentra en un tema que recuperaría más adelante en cierta manera en La novena puerta, el diablo.
Durante aquella década, la de los sesenta, Polanski tocó el cielo y descendió con rapidez a los infiernos. En 1969, cuando se encontraba en Londres rodando El día del Delfín, su mujer Sharon Tate, embarazada de ocho meses, era asesinada en su mansión de Estados Unidos por la secta liderada por Charles Manson. La tragedia noqueó a Polanski. Obviamente el rodaje no llegó a su fin y el director se tomó un tiempo de descanso para recuperarse del golpe sufrido. No fue fácil, pero consiguió regresar dos años después con una adaptación de Macbeth, de William Shakespeare. Pero eso ya es otra década, la de los setenta.
Chinatown (1974)
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Tras The Tragedy of Macbeth llegó Che? (1972), una comedia con Marcello Mastroianni. Y después de estas, alguna más como El quimérico inquilino (1976) o Tess (1979). Pero la que significó el regreso a lo grande del director de La semilla del diablo fue Chinatown. El cine negro le devolvió al olimpo de los directores consagrados de la mano de Jack Nicholson, Faye Dunaway y Jonh Houston. La película estuvo nominada a los Oscar en once categorías, aunque solo conquistó una, la de Mejor Guión Original. Pero el premio era lo de menos, lo importante era que el mejor Polanski había vuelto y parecía que para quedarse.
Aunque fue solo un espejismo, porque tras su segunda visita al paraíso profesional, volvió a tocar una caída al infierno en lo personal. Y es que la vida y obra de Polanski están entrelazadas sin remedio. La miel recolectada por Chinatown le duró exactamente un año, lo que tardó en verse involucrado en un escándalo sexual que le obligó a poner pies en polvorosa.
Era el año 1977 y sobre él caía una acusación de haber mantenido relaciones con una niña de 13 años. De por medio, la casa de Jack Nicholson, un jacuzzi, drogas y alcohol. Cumplió varias semanas de condena y cuando fue puesto en libertad bajo fianza huyó del país temiendo una pena mayor aún por cumplir. Entonces tenía 43 años y desde entonces vive entre Francia y Polonia. No viaja nunca a EEUU ni a ningún país en el que corra el riesgo de ser extraditado.
Frenético (1988)
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Los problemas con la justicia estadounidense y la rápida huida apartaron del cine a Polanski, que en los ochenta solo firmó dos películas como director. El descanso de seis años que se tomó entre Tess y la siguiente lo aprovechó para escribir su biografía. Regresó con Piratas (1986), una de aventuras en clave de comedia con Walter Matthau como protagonista. La segunda y destacada de la década es, por eliminación, Frenético (1988).
En esta volvió loco a Harrison Ford, al que metió en la piel de un hombre que viaja a París a dar una conferencia y que mientras toma una ducha su mujer desaparece. La búsqueda es, simplemente, frenética. Compartiendo cartel con Ford figuraba la jovencísima Emmanuelle Seigner, a la postre mujer del director.
La novena puerta (1999)
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Si los ochenta no fueron unos años buenos, creativamente hablando, para Roman Polanski, los noventa tampoco fueron especialmente memorables. El gran título de esta década fue La novena puerta, con Johnny Depp. Responsable del guión, el director cogió la novela El club Dumas, de Arturo Pérez Reverte, eliminó todo lo que tenía que ver con el autor de Los tres mosqueros y se quedó con la parte más diabólica.
Así, convirtió el libro del escritor español en una película con el diablo como protagonista. Otra vez Belcebú de por medio. Muchos consideran La novena puerta como la peor película de la filmografía de Polanski. Los noventa no le dieron para dirigir más que tres películas, pero probó suerte con el teatro adaptando su película El baile de los vampiros (1967) a musical.
El pianista (2002)
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Fue cambiar de década, de siglo, y volvió el mejor Polanski. Quizá porque esta vez las historias eran mejores y, además, alguna de ellas le tocan muy de cerca. Con El pianista ganó la Palma de Oro en Cannes y el Oscar al Mejor Director que, claro, no acudió a recoger. La película contaba la odisea por sobrevivir de un pianista polaco de origen judío que cuando Alemania invade el país debe vivir escondido y aislado para seguir respirando cada día. La época la conoce muy bien Polanski, que sufrió en carnes propias la crudeza de la Segunda Guerra Mundial.
Nacido en Francia en 1933, se mudó con sus padres a Polonia cuando aún era muy pequeño. El estallido de la contienda le pilló allí y sus padres cayeron en manos de los nazis. El padre, a Mauthausen-Gusen. La madre, a Auschwitz. Ella no sobrevivió al Holocausto. Él consiguió reunirse con su hijo cuando este ya era un adolescente y llevaba años peregrinando por distintos hogares de acogida.
De aquella época Polanski ha dicho: “Las películas se convirtieron en la pasión más importante de mi vida; mi único escape de la depresión y la angustia que muchas veces me sobrepasaba”. Por eso no extraña que en cierta manera se sienta identificado con el niño huérfano protagonista de Oliver Twist (2005), clásico de Dickens que llevó al cine.
De 2010 es El escritor. Con ella Polanski demostró que podía mantener el listón alto sin volver a caer en picado como ya lo había hecho años antes. Lo que no se esperaba es que su viaje a Zúrich para acudir a un festival de cine acabase con su detención.
Al final Suiza decidió no extraditarle a EEUU. Como nota curiosa de este periodo, antes de la detención, en 2008, participó como actor en Caos Calmo, de Nanni Moretti. A veces, como si fuese Alfred Hitchcock le da por ponerse delante de las cámaras. Estando atento se le puede descubrir en algunas de sus películas como Frenético, Repulsión, El quimérico inquilino y Chinatown.
Un dios salvaje (2011)
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El arresto domiciliario al que los suizos le obligaron hasta que decidieron no entregarle a Estados Unidos no cayó en saco roto. El director aprovechó el tiempo de reclusión en tierras suizas para trabajar junto a Yasmina Reza en el guión de Un dios salvaje, película que hoy se estrena en España con Jodie Foster, Christoph Waltz, Kate Winslet y John C. Reilly como protagonistas. La idea era mantener en esencia la obra de teatro.
Para ello se rodó en tiempo real y en un único espacio creado para la ocasión. Cuatro personajes encerrados en un ambiente amable y cordial en un primer momento que se va tornando en agobiante y claustrofóbico a medida que la conversación avanza. 79 minutos de diálogos ágiles, mordaces y planos y contraplanos.
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