viernes, 18 de noviembre de 2011

Carlos Ruiz Zafón : «No me preocupa que me imiten, pero no leo a mis imitadores»

La esperadísima nueva novela del autor salió a la venta. En «El prisionero del cielo» sus seguidores encontrarán la solución a los misterios de «La sombra del viento»


Es el regreso editorial más esperado. «El prisionero del cielo» llega hoy a las librerías de toda España y América Latina con una tirada impresionante. La nueva novela de Carlos Ruiz Zafón, tercera parte de una tetralogía, devuelve al lector al mítico Cementerio de los Libros Olvidados con un Daniel Sempere adulto que irá descubriendo viejos misterios del pasado en la Barcelona gris de la posguerra.


«No firmo contratos previos ni plazos. No tengo adelantos, lo que me coloca en una situación de libertad»

«No firmo contratos previos ni plazos. No tengo adelantos, lo que me coloca en una situación de libertad»

«El prisionero del cielo»
Carlos Ruiz Zafón
PLANETA. 380 páginas. 22,90 euros.


-Con varios millones de ejemplares vendidos y con esta expectación de lectores y editores, ¿se nota la presión al escribir?

-No. No firmo contratos previos, ni plazos. No tengo adelantos por trabajos no escritos, lo que me coloca en una situación de libertad para poder hacer lo que me apetece. Cuando acabo es el momento de buscar un hogar, pero prefiero trabajar en mi estudio, estar solo con los personajes del libro. La propia abstracción de la escritura hace que desaparezca el resto. Obviamente, me preocupa la reacción del público, como a todo escritor, pero mientras escribo el propio proceso ocupa tanto espacio en mi cabeza que no hay tiempo para esas preocupaciones que ya llegarán.


-Un cliente de la librería de los Sempere afirma en «El prisionero del cielo» que «la verdad es que cuesta encontrar hoy por hoy libros con un mensaje positivo, de esos que te hacen sentir a gusto, y sin tantos crímenes y muertes y ese tipo de cosas que no hay quien entienda». ¿Lo cree también?


-Es una broma que viene de una conversación con más de un editor americano. Ellos me comentaban que, a veces, el público busca un tipo de libros que denominan «feel good», para sentirse bien con uno mismo, aunque yo creo que eso no es un libro, sino una aspirina. Una novela puede hacer que te sientas bien o turbarte. No toda lectura debe ser como un narcótico que te haga pensar lo bueno que eres... Era una broma. En esta  novela muestro lo importante que es el arte del librero por saber leer al lector y recomendarle lo mejor.


-En «El prisionero del cielo» reivindica a autores como Dickens, Hugo o Dumas. En el caso de este último, incluso homenajea a «El conde de Montecristo» con el uso que hace del castillo de Montjuïc. ¿Le gusta la literatura llamada  «de folletín»?

-Es una denominación que solamente escucho en España y que parece referirse a una telenovela mala. El folletín era una manera de publicar, no un género. En el siglo XIX, normalmente los libros no se editaban como hoy, en tomos. Los escritores lo hacían con sus novelas por entregas en revistas y diarios.

Después, se recopilaban, y alguno realizaba correcciones de ellas, como Dickens, porque habían tenido que improvisar obras de 800 páginas en las que dejaban algún cabo suelto. Así funcionaba la industria. Oigo por aquí grandes discursos y teorías sobre el folletín, pero no lo tratemos como un género. Son Tolstói, Zola, Dumas... Una manera de publicar. Yo reivindico a grandes clásicos, la gran literatura del siglo XIX, la narrativa que cuenta cosas y que se moja. Es el arte de narrar.


-En su nueva novela recupera a Daniel Sempere, pero le otorga un especial protagonismo a Fermín Romero de Torres. ¿No tiene miedo a que se le escape el personaje?

-Fermín fue introducido como secundario, pero no con la voluntad que siempre fuera así. Tiene muchas misiones en esta historiay una de ellas es la de ser portador de un gran secreto que en algún momento debemos desvelar. En esta novela se ve forzado a salir a primera línea y tomar las riendas de la historia. 

Fermín, de todas formas, sigue bastante controlado porque la propia naturaleza de estas cuatro novelas, su mecanismo, es lo suficientemente complicado como para que nadie se salga del guión. No caben las sorpresas porque, si no, el mecanismo se vendría abajo.


-Da la sensación de que «La sombra del viento» y «El juego del ángel» se han convertido en géneros literarios propios, seguidos por otros autores. ¿Le contraría que le imiten? ¿Lee esas imitaciones?

-No me molesta. Es normal que cuando algo funciona y alcanza cierto éxito genere imitaciones. No recuerdo quién decía que un buen escritor copiaba y que los grandes robaban. Tampoco leo a quienes tratan de imitarme. Yo, como muchos lectores, acumulo libros. Nunca sé qué será lo próximo que tendré entre manos. A veces me han pasado un libro que no sabía que era una imitación. Mientras paso las páginas me pregunto: «¿Y esto qué es?», porque me suena.


-¿Queda algo del primer Carlos Ruiz Zafón de «El palacio de la niebla»?

-Muchas cosas. Otras, como yo,  han envejecido. Han pasado veinte años de «El príncipe de la niebla» y, desde el punto de vista personal y profesional, pierdes en ingenuidad mientras que ganas en experiencia. Cuando miro atrás veo que hay cosas que salieron mal, otras a las que daría un aprobado justo, pero te tienes que acabar reconciliando con todo eso porque no poseemos una máquina del tiempo. En todo caso, añoro aquella ingenuidad y ambición, ese hambre de hacer cosas que se tiene cuando se es joven.


-Se resiste a que lleven sus novelas al cine. ¿Pasaría lo mismo si la propuesta viniera de una cadena como HBO?

-No se trata tanto de quién lo proponga. El problema es que no quiero tocar esos libros por motivos que ya expliqué en su momento. Hay gente que merece todo mi respeto, pero al ser un mundo que conozco prefiero que los libros se queden en paz, tal y como están.


-Tanto en «La sombra del viento» como en «El prisionero del cielo» se adivina la huella de la Guerra Civil. ¿Aparecerá en la cuarta novela?

-No entramos en la contienda en sí porque no está en el camino de la historia. Sí, en cambio, se nutre de sus consecuencias, muchas veces muy directas como pasa en «El prisionero del cielo», pero no es el tema central. Por eso no aparecerá de una manera preminente.
 
-¿Le gustaría ser de mayor su héroe Daniel Sempere?

-Él me cae bastante  bien porque es un ser muy inteligente y dulce, pero la verdad es que  no me gustaría ser de mayor como él. Hay otros personajes en los que sí preferiría convertirme.


Cementerio de los Libros Olvidados

«La sombra del viento», «El juego del ángel» y «El prisionero del cielo» firman parte de una tetralogía aún incompleta que gira alrededor del Cementerio de los Libros Olvidados. Zafón creó en su primera novela un local ya mítico situado en la barcelonesa calle Arco del Teatro. Hasta allí fue en el verano de 1945 Daniel Sempere acompañado de su padre. 

Es éste quien le explica a su hijo que el local, vigilado por el fiel Isaac, es «un santuario. Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma, el alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él». La tradición, que regresa en «El prisionero del cielo»,  dice que el visitante debe elegir un ejemplar y adoptarlo para que nunca desaparezca.


De la navidad al montecristo

Carlos Ruiz Zafón nunca ha ocultado su admiración hacia el buen hacer de los novelistas del siglo XIX, especialmente Charles Dickens y Alejandro Dumas, padre.

En «El prisionero del cielo» hay homenajes a estos dos creadores. En el caso del novelista inglés, su sombra parece planear en la primera parte de la obra titulada «Un cuento de Navidad», lo mismo que una de las historias más aplaudidas de Dickens. En el caso de Dumas, el homenaje resulta bastante más complejo y se basa especialmente en «El conde de Montecristo».

Este libro se convierte en la pieza estrella de la librería de los Sempere, pero también inspira algunos de los episodios que rodean a la tragedia de Fermín Romero de Torres en el castillo de Montjuïc. Zafón considera que tanto Dickens como Dumas son «grandes clásicos. Fueron unos autores que, como otros contemporáneos, tenían algo heroico en su manera de trabajar y entender la literatura. Por eso me gusta reivindicarlos».

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