Un controvertido libro del reputado historiador Alessandro Barbero revisa la versión mítica de la batalla como decisiva en la forja de Occidente
La batalla de Lepanto, pintada por Veronese en 1572 y perteneciente a la Galería de la Academia de Venecia.
Es el 7 de octubre de 1571, se libra frente a la costa griega, entre una "tormenta de arcabuces" y un "granizo de flechas", la batalla de Lepanto, una de las más legendarias de todos los tiempos, en la que la flota cristiana -española, veneciana y pontificia- destruye completamente a la turca.
El historiador Alessandro Barbero, considerado un Antony Beevor de las guerras antiguas, describe ahora de manera sensacional en su nuevo libro, Lepanto, la batalla de los tres imperios (Pasado y Presente), ese tremendo enfrentamiento que dejó el mar sembrado de cadáveres, turbantes, tambores y remos rotos y surtió a Occidente de uno de sus grandes mitos. Barbero (Turín, 1959) muestra de nuevo su capacidad para revivir las grandes batallas y a la vez para repensarlas.
De su mano presenciamos estremecidos la húmeda jornada como si estuviéramos a bordo de una galera -La Real de Juan de Austria (sobre cuya rumbada, por cierto, el ilustre príncipe bailó una gallarda excitado por la inminencia del combate), o la Capitana del kapudan turco, Alí Pachá-, rodeados de la Infantería española o de los jenízaros, empeñados todos en la sangrienta refriega del abordaje. ¿Un Midway de las galeras, profesor? "Todas las batallas navales tienen algo parecido", responde Barbero. "Pero en Midway los estadounidenses fueron muy afortunados: ganaron pese a que sus fuerzas y las de los japoneses estaban muy igualadas. En Lepanto, no".
"Su verdadera repercusión fue emotiva, en el imaginario"
La derrota no disminuyó el poder otomano, que reconstruyó la flota
Hubo disensiones entre los aliados, "una constante hasta hoy"
Frente a la costa griega murieron 20.000 turcos y 4.850 cristianos
Las principales conclusiones del estudioso, que ha ido directamente a las fuentes, son que Lepanto se ganó por la potencia de fuego, absolutamente superior, de que gozaban los cristianos -en cañones y arcabuces-; que la batalla estaba prácticamente decidida de antemano dada esa superioridad (a la que hay que añadir la que proporcionaba el número de gente de armas disponible en las galeras de la alianza, que casi triplicaba al de combatientes turcos) y, lo que puede parecer sorprendente, que Lepanto "tuvo bien pocas consecuencias en el plano político y militar". Vamos, que de batalla decisiva, nanay.
"Así es", señala Barbero. "La verdadera repercusión de Lepanto es emotiva, en el imaginario colectivo, donde se recuerda como la batalla que salvó a Europa y a la cristiandad. En ese impacto propagandístico tuvo un gran papel la imprenta, hubo mucha información, muy rápida de la batalla en multitud de relatos, memorias y poemas. Y luego los grandes óleos y frescos. En realidad, ya Braudel decía que Lepanto no sirvió para nada".
El historiador recalca que la derrota no disminuyó el poder otomano y al cabo de poco tiempo se había construido una flota similar a la perdida. Pero, ¿y si hubieran ganado los turcos? "Espero que quede claro en el libro lo costoso que les resultó hacerse con Chipre. Ni con una victoria en Lepanto los turcos se habrían lanzado a grandes conquistas". Esa victoria, insiste, era en todo caso prácticamente imposible.
La diferencia en cañones resultaba aplastante. "Y estaban los arcabuces, toda la Infantería cristiana iba armada de ellos y barrían las cubiertas de las galeras turcas con mortal efectividad antes de lanzarse al asalto". Las naves turcas además, continúa, oponían menos hombres de armas. "Estaban faltas de soldados, como de remeros, por el desgaste de la larga campaña y las plagas asociadas al hacinamiento continuado como la disentería y el tifus". Solo en el ala izquierda turca, con el audaz y resolutivo Uluç Alí, las cosas pintaron mal para los cristianos.
En todo caso, estos solo perdieron completamente dos galeras, una, se dice hecha volar por los aires por su propio sobrecómitre veneciano, Soranzo, cuando estaba invadida por los jenízaros. Los cristianos capturaron 140 naves turcas.
Barbero estima la armada turca a la baja: no más de 180 galeras y una veintena de pequeñas galeotas corsarias. Los cristianos alinearían 204 galeras y seis galeazas erizadas de artillería. El único factor de incertidumbre era las disensiones en el mando unificado aliado, "una constante hasta hoy en las operaciones militares conjuntas de Occidente"
Muchos turcos empleaban arcos y flechas. No es que no los usaran bien, pero su efectividad y letalidad eran incomparables con las de los arcabuces. Barbero cita múltiples testimonios de cristianos -en general bien protegidos por petos, corazas y yelmos- alcanzados por flechas que les causan heridas leves o incluso solo fastidio. No es el caso del malhadado (e imprudente) comandante veneciano Agostino Barbarigo, que al levantarse la celada para hacerse oír recibió un flechazo en un ojo que lo mató.
Que el enfrentamiento estuviera decidido de antemano no significa, recalca Barbero, que la lucha no fuera violentísima, salvaje, despiadada. Murieron unos 20.000 turcos y unos 4.850 cristianos. Los soldados expertos aconsejaban disparar los arcabuces tan cerca del enemigo que su sangre te salpicara.
Como toda gran jornada militar, Lepanto tuvo sus cobardes: un caballero romano achantado por la que estaba cayendo se retiró bajo cubierta pretextando una herida en la cara y de regreso en Roma siguió fingiendo tres meses con un parche en un ojo.
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