Suena el teléfono en la Casa Blanca de la ITF. Reunión de urgencia. Están en la sala Djokovic, Federer, Murray, Nadal y el exjugador australiano Brad Drewett, nuevo presidente de la ATP y apagafuegos oficial del conflicto entre jugadores y el organismo que rige los designios del deporte de la raqueta por el calendario ATP.
Frente a ellos, un dosier con los cuatros Grand Slams, nueve Masters 1000, la Copa Masters y un sin fin de torneos 500 y 250 que convierten la temporada en un campo de minas. Junto a ellos, un cónclave de médicos y fisioterapeutas. También hay línea directa de audio con los asesores de los sponsors y patrocinadores que alimentan el circo y que se comen las uñas al otro lado del teléfono. Drewett está hecho un flan. Allí no abre fuego ni el Tato.
Y llega el Nadal del turno, para poner la cara por el resto. Porque lo fácil en esta vida es ir de tapado. Calladito y en segunda fila, haciendo poco ruido y dejando que otros luchen por nosotros: reivindicar, arrimar el hombro o protestar son consignas valientes, pero peligrosas. Son situaciones cotidianas que todos vivimos en el día a día: está siempre el listillo que calla y otorga sin exponerse. A eso se refería Nadal cuando dijo esto sobre Federer.
"Estoy en desacuerdo con él (Federer). Es muy fácil decir yo no digo nada, todo es positivo y quedo como un 'gentleman' y que se quemen los demás. Pero eso tampoco es así".
"Hablo mucho positivo del tenis, porque gracias a este deporte he vivido experiencias que nunca en mi vida habría podido soñar, pero terminar tu carrera con dolor en todos los sitios del cuerpo no es positivo. Igual él acaba su carrera como una rosa porque tiene un físico privilegiado, pero ni Murray, ni Djokovic ni yo acabaremos de rositas". Se pude decir más alto, pero no más claro.
Álvaro Ferreres
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