La ciudad burgalesa lanza a su equipo mientras el Athletic se lo toma con mucha calma
Los jugadores del Mirandés, en el entrenamiento de ayer.
Tribuna supletoria, precios de lujo (90 euros la entrada más cara), sueños del más allá (la final de la Copa), ley del silencio entre los jugadores por orden del club para no perder la concentración. Sueldos de Segunda B y hábitos de Primera. Ilusión. Todo, en Miranda de Ebro.
A una hora hacia el mar, en Bilbao, nada de colarse en las taquillas, nada de agobios para disputarse una de las 437 entradas en venta de las 600 enviadas por el Mirandés (el 10% del aforo del campo). Sería por el día, martes; por la hora, las diez de la noche; por el precio de las tribunas o por la sensación de que los socios, con preferencia en la adquisición, las iban a agotar, lo cierto fue que a las dos de la tarde quedaban entradas sin vender, lo que justificaba que las taquillas se volvieran a abrir luego al resto de los aficionados.
Frío, mucho frío, en Bilbao frente al calor de Miranda, que vive su última cita (si hay otra, será en la final) apurando el último ingreso, que se estima en unos 300.000 euros, una cifra desorbitada para un club de Segunda B con un presupuesto de 1,3 millones de euros.
No todo irá al club, a la institución. Según el pacto establecido cuando el Mirandés accedió a la Copa, los jugadores se llevarán la mitad de la taquilla conseguida. Hasta ahora no ha sido mucha, según se mire, pero ante el Athletic los futbolistas del club rojinegro pueden saldar un año solemne económicamente.
A los ingresos de taquilla hay que añadir los derechos de televisión, algo con lo que el club mirandés no está precisamente satisfecho. Lo único cierto es el apoyo popular. No le ha faltado en ningún partido y lo va a redoblar ante el vecino (Bilbao está a una hora en coche de Miranda), en un duelo inédito y deseado.
El Mirandés, con 11 vascos en sus filas y un ojo puesto siempre en los productos de Lezama, se ha convertido en el baluarte del desaparecido fútbol burgalés. Ni un solo jugador nacido en la capital del Cid milita en Primera División, fruto seco del ascenso y caída del Burgos, que tuvo su esplendor en los años setenta del siglo pasado y que desapareció en los ochenta tras haber dejado perlas como Juanito, sobre todos ellos, Portugal o García Navajas, entre otros.
Burgos es un erial, como en general Castilla y León, que solo ha tenido como referencia al Valladolid, con espíritu ascensorista. El Mirandés, Pablo Infante, Miranda (la ciudad ferroviaria), Anduva, el estadio, han recogido un testigo caído. Es algo así como la última batalla del Cid.
Enfrente, el Athletic parte con referencias. La eliminación de tres primeras (Racing, Villarreal y Espanyol) es para pensárselo. Cualquier concesión -algo impensable en el catálogo de Bielsa- puede ser mortal. Cualquier bajón de intensidad -como le ocurrió al Espanyol- resulta definitivo. Por eso acude con todo. Con Javi Martínez, recuperado, y con De Marcos, vuelto de su sanción. Nada del filial. Los principales, a escena.
Pouso, el técnico del Mirandés, confeso seguidor rojiblanco que estará en la final como entrenador o como público, reservó a sus titulares en el partido que perdió el sábado ante la Gimnástica Segoviana.
Sabe que es el momento del Mirandés, de Miranda, de la ciudad que ha puesto en marcha el tren del fútbol en Castilla y quiere emular al Castilla que en 1980 alcanzó la final de Copa (estando en Segunda División), precisamente tras quitarse de en medio al Athletic en el camino. Miranda ha encendido el fuego. Bilbao se lo toma con calma en espera del partido de vuelta y del resultado del de ida.
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