Informa la ONU que se ha alcanzado uno de sus Objetivos del Milenio, dos años antes de lo previsto: la mejora del acceso de la población mundial al agua potable ya es un hecho, y dos mil millones de personas lo han logrado entre 1990 y 2010.
El anuncio se ha hecho con lógica satisfacción. Y ha sido saludado como un logro por las grandes agencias humanitarias internacionales. Lo es. Pero da cierta vergüenza celebrarlo, cuando aún quedan 783 millones de personas privadas de agua potable. Es decir, el once por ciento de la población mundial continúa al margen de esa mejora.
El peor escenario está, como casi siempre, en el África subsahariana, donde seis de cada diez personas todavía sufren la falta de agua. Cada día que pasa, tres mil niños mueren a causa de enfermedades --como la diarrea-- provocadas por esa carencia.
Además, hay que matizar el concepto de acceso al agua potable. El nuestro, el de las poblaciones
privilegiadas, se traduce en abrir los grifos de la cocina o el cuarto de baño y que inmediatamente brote un chorro con todas las garantías sanitarias.
Incluso que, junto a esos grifos, haya otros de los que el agua sale caliente. Sin embargo, para cientos de millones de personas el acceso al agua potable consiste en disponer de un pozo o una fuente públicos, para llenar unas pesadas vasijas en las que transportarla hasta sus hogares.
Pero hay que saludar el avance conseguido.
Vivimos unos tiempos de retrocesos sociales, en los que escasean las buenas noticias. Y esa mejora en materia de agua, con todos los matices de insatisfacción que cabe formular a su anuncio, es por ahora el único de los Objetivos del Milenio que se ha cumplido. Las estadísticas que resumen la evolución de la pobreza invitan al pesimismo. Y a la lucha.
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