La testosterona de sus banqueros y sus bravuconadas económicas hicieron caer a Islandia
Las mujeres se han hecho cargo de la isla y han puesto en valor un concepto: sostenibilidad
En Reikiavik hay un espléndido edificio de cristal negro, grande y hermoso frente al mar, en un lugar en el que hace tres años no existía más que un solar vacío. Lo sé porque estuve allí hace tres años, en un momento terrible para Islandia, un país arruinado por la excesiva testosterona de sus banqueros, el primero en sucumbir a la recesión, el que sufrió la caída más dura.
En aquellos primeros meses de la crisis, la pequeña, rota y desesperada Islandia (población: 320.000) constituyó un anuncio del Apocalipsis para las grandes naciones de Europa occidental. Sin embargo, hoy, ahí está ese edificio nuevo y reluciente, una imagen de opulencia y modernidad tan extraordinaria como el Museo Guggenheim de Bilbao, estrambóticamente fuera de lugar en esta Lilliput nórdica de casitas de Lego pintadas de rojo, amarillo y azul.
No podía apartar la vista del edificio, ni de día ni —sobre todo— de noche, cuando su multitud de ventanas asimétricas y marcos irregulares cambiaba continuamente de colores, como en una imitación líquida de la aurora boreal.
¿Qué ocurrió en Islandia? ¿Qué ha ocurrido en estos tres años para que surja, de las cenizas del desastre económico, una construcción tan extravagante? Lo que ha ocurrido es que las mujeres se han hecho cargo del país y lo han arreglado.
Y ese edificio, el primer auditorio nacional de conciertos en la historia de Islandia, donde la compañía nacional de ópera representa en estos días, con el aforo completo, La Bohème de Puccini, es la encarnación del cambio que se ha vivido. Porque nos dice que Islandia no se hundió, que el país ha vuelto a levantarse; y porque la persona que decidió construirlo o, más bien (y con algo más de polémica), no interrumpir su construcción después del crash financiero, fue una mujer.
Quería conocer a esa mujer. No por los motivos habituales que empujan a los periodistas a escribir sobre mujeres poderosas —porque hubiera triunfado en un mundo de hombres—, sino precisamente por todo lo contrario. Porque esa mujer simboliza una tendencia en Islandia, o, más que una tendencia, una revolución, un golpe de Estado.
Desde que se produjo la crisis, y como reacción directa y deliberada ante ella, las mujeres se han adueñado de las palancas del poder, y lo han hecho en los ámbitos que más importan, en los que más influencia se ejerce sobre el destino nacional: el Gobierno, la banca y, en creciente medida, la empresa.
Los tres bancos principales de Islandia quebraron en octubre de 2008 y dejaron deudas que ascendían a más de 10 veces el PIB del país.
Islandia, que hasta entonces ocupaba el primer puesto en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas (es decir, el mejor sitio para un ser humano en el planeta Tierra), se encontró mucho más allá de la bancarrota. Y se echó la culpa a los hombres. Los hombres le echaron la culpa a los hombres. En el partido del Gobierno dominaban los hombres, los banqueros casi sin excepción eran hombres y los temerarios, absurdamente ambiciosos, impulsos que condujeron a una pequeña nación de pescadores a creer que todos se estarían bañando en champán francés por el resto de sus días eran categóricamente, exclusivamente, decididamente masculinos.
Así que entonces, como comentó el Financial Times en aquel momento, aparecieron las mujeres para arreglar el lío. El primer ministro fue sustituido por la primera mujer en la historia de Islandia en ocupar el cargo, Jóhanna Sigurdardóttir (gay y casada, con dos hijos de un fallido matrimonio anterior con un hombre), que continúa ejerciéndolo hoy. Las mujeres constituyen la mayoría del Gobierno, cinco carteras ministeriales, frente a cuatro hombres.
Se despidió a los consejeros delegados (todos varones) de los bancos que habían quebrado, se cambió de nombre a las entidades y se colocó en sus cargos a mujeres. Cada vez más mujeres se hacen empresarias o empiezan a aparecer en los consejos de administración de empresas privadas. Por escoger entre numerosos ejemplos, la consejera delegada de la mayor compañía de seguros de Islandia en la actualidad es una mujer, igual que la responsable para el país de Rio Tinto Alcan, que encabeza el poderoso sector nacional del aluminio.
El tópico, desde Margaret Thatcher, es que las mujeres en puestos de poder son, por necesidad, damas de hierro, que triunfan a base de pensar como hombres. La proposición que me planteé explorar en Islandia fue si el cambio había sido lo suficientemente profundo como para que a los hombres no les haya quedado más remedio ahora que pensar como mujeres.
En Islandia, todo el mundo conoce a todo el mundo. Todos son primos, de una forma u otra. De modo que, cuando pregunté a varias personas si me podían poner en contacto con la mujer de la sala de conciertos, cuyo título exacto es, desde febrero de 2009, ministra de Educación, Ciencia y Cultura, todo el mundo sonrió de inmediato: “¡Ah, Katrin!”.
“Se quedará asombrado cuando la vea”, me dijeron. “Tiene tres hijos, pero nadie lo diría”. “Es muy brillante”. “Sí, tremendamente inteligente”. “¡Pero parece que tiene 12 años!”.
Esto último era una exageración. La persona que se me acercó, con la mano extendida, cuando estaba sentado en una pequeña sala de espera del ministerio tenía aspecto de tener 16 años, por lo menos. Menos mal que me lo habían advertido, pensé; si no, nunca habría creído que era quien decía ser, la ministra Katrin Jakobsdottir, por si fuera poco vicepresidenta del partido socialdemócrata —oficialmente denominado Verdes de Izquierda—, que ocupa el poder. Botas Dr. Martens, vaqueros marrones, pelo lacio, esbelta, menuda: parecía una becaria en su primer día en la oficina, o la hermana menor, más dulce y menos seca, de la chica del dragón tatuado de Stieg Larsson.
En realidad tenía 36 años y acababa de volver de disfrutar de su permiso de maternidad tras el nacimiento de su tercer hijo. Totalmente segura de sí misma (si sentía alguna incomodidad al tener como despacho un imponente salón ministerial, no lo delató) y tan lista como me habían dicho que era, no necesitó que le hiciera ni una pregunta para saber cuál era el primer tema que quería abordar con ella.
“Una de las primeras decisiones que tuve que tomar en este puesto fue si seguir adelante con el auditorio nacional o no”, dijo. Cuando asumió el cargo, hace tres años, me explicó, los cimientos estaban construidos, pero no había nada visible sobre tierra.
El problema no era solo que la economía nacional estuviera destruida; el multimillonario que había concebido el proyecto, un hombre llamado Bjorgolfur Gudmundsson, que, entre otros excesos, había comprado el equipo de fútbol West Ham United, de Londres, se había quedado sin un céntimo. “Así que me reuní con la gente del Ayuntamiento de Reikiavik para decidir si debíamos seguir adelante con fondos públicos, suspender la construcción hasta que llegaran tiempos mejores o dar por terminado el proyecto. Decidimos seguir adelante”.
¿Por qué? “En parte, porque había 600 personas involucradas en la obra, en parte, porque llevábamos 40 años hablando de construir una sala de conciertos para nuestra orquesta sinfónica y pensamos que, si no lo hacíamos ahora, nunca lo haríamos, pero también porque pensamos que no seguir con el proyecto daría a la gente la sensación de que se prolongaba la crisis”. ¿Habría sido malo para la moral nacional que se interrumpiera, entonces? ¿Seguir adelante tenía un valor añadido que era superior al coste? “Sí. Exacto.
Nos vimos obligados a hacer grandes recortes presupuestarios en todo el sector público, pero decidimos seguir. En su momento hubo mucha controversia, pero creo que ahora está desapareciendo. El auditorio se inauguró en la primavera de 2011 y, desde entonces, han acudido más de 800.000 visitantes. A la gente le encanta. Islandia es un país con una gran vida musical, y también somos un país con mucha determinación y mucha ambición. El edificio ha sido un símbolo y una inspiración para los islandeses”.
Un símbolo, entre otras cosas, del regreso a la salud económica. Jakobsdottir reconoció que las cosas podrían estar mejor, que la deuda hipotecaria de la gente corriente sigue siendo elevada, que las inversiones son bajas y que en Islandia, hoy, hay desempleo (justo por debajo del 7%), mientras que antes, no. El nivel de vida, en otro tiempo el más alto del mundo, ha caído, y la gente trabaja más por menos dinero. Pero, como observó el premio Nobel de economía Paul Krugman tras una visita reciente a Islandia, “las cosas podrían estar mucho peor” y aunque ese “no es el eslogan más estimulante del mundo..., cuando todo el mundo preveía un desastre total, equivale a un triunfo político”.
Las cifras apuntan a un grado de solidez casi inimaginable hace tres años. El presupuesto estatal está casi equilibrado, las exportaciones superan a las importaciones, la moneda es estable y, el año pasado, el FMI publicó un informe halagüeño. Por hablar de cosas que se entienden sin que haga falta saber nada de economía, la nueva sala de conciertos no es más que la señal más visible de una larga lista de éxitos.
En mi reciente visita, asistí al festival gastronómico anual de Islandia, Food and Fun, que se celebra desde 2002 pero estuvo a punto de ser suspendido, por falta de dinero, en 2009, 2010 y 2011. Este año ha vuelto a florecer, con la participación de 30 cocineros de tres continentes y 25.000 islandeses que pagan 40 euros por cabeza en los restaurantes locales (hay un 50% más de locales de comida en Reikiavik que hace tres años) para saborear sus platos.
Icelandair ha duplicado sus rutas desde 2009 y ha aumentado el número de pasajeros en un 20% anual. Se ha creado una línea aérea nueva, WOW, y el turismo también está en auge; las plazas hoteleras para julio y agosto de este año están ya prácticamente todas vendidas. Los precios de las viviendas acaban de subir un 10% y las ventas de Mercedes Benz, según me dijeron fuentes fiables, han aumentado de repente.
En cuanto a la sanidad y la educación públicas, tan buenas que ni siquiera los fugaces multimillonarios de la época del boom sintieron la necesidad de pasarse a las privadas, no han sufrido en calidad pese a los recortes presupuestarios que ha tenido que hacer el Gobierno. Como prueba de la normalidad que se ha instalado donde antes acechaba el Apocalipsis, el debate fundamental entre los partidos de izquierda y derecha en el Parlamento es hoy la eterna y rutinaria cuestión de si hay que subir o bajar los impuestos. O si, después de haber recurrido con éxito a la devaluación de la moneda como mecanismo para recobrar la salud, ahora convendría incorporarse al euro.
Pero en lo que todos los parlamentarios están de acuerdo es en que la época del capitalismo de enriquecimiento rápido se ha terminado. La palabra clave, hoy, es sostenibilidad, y todos los partidos la repiten en sus declaraciones públicas. Y la sostenibilidad, en opinión de la ministra Jakobsdottir, es un concepto más femenino que masculino.
Ella lo explica así: “Mucha gente achacó los excesos de los banqueros que nos causaron tantos problemas a una cultura masculina”. “En 2009, todo el mundo decía: ‘Lo que necesitamos es menos pensamiento de chulería masculina y más mujeres con ideas pragmáticas y estratégicas’. Lo que hemos aprendido desde entonces es que si queremos permanecer alejados de la crisis y construir, todos sabemos que hay que pensar no en el futuro inmediato, sino en los próximos 10 o 20 años. Esa no es la forma de pensar de un Gobierno dominado por hombres; esa es una manera de pensar femenina”.
Le pedí que me dijera en qué terrenos concretos se podían detectar estos cambios. “Hay muchos ejemplos. En general la influencia femenina se ve en este énfasis que le damos al desarrollo sostenible, en construir la economía pensando a largo plazo, de manera fiable y segura. Las mujeres piensan en esos términos porque está en su naturaleza. Un ejemplo más específico: cómo estamos encarando los temas de los impuestos y los presupuestos.
La idea es analizar los diferentes impactos que el sistema tiene sobre los hombres y las mujeres, y ver cómo podemos ajustarlo para generar más igualdad entre los géneros. También se ve la influencia femenina en la discusión sobre el empleo. Los hombres se centran en cosas como la industria del aluminio. Nosotras hablamos de los sectores creativos. Hemos llegado a la conclusión de que las artes —en especial la música y la literatura— aportan tanto dinero al país como la extracción de aluminio. No creo que a los hombres se les hubiera ocurrido ni pensarlo”.
Un dato que asombra en Islandia es que un país de 320.000 habitantes posea tal abundancia de talento artístico, sobre todo en la música, donde, aparte de una ópera nacional y una orquesta sinfónica nacional, existen numerosos grupos contemporáneos que producen todo tipo de cosas, desde la globalmente aclamada Björk hasta el trabajo experimental y esotérico de Kria Brekkan, que ha triunfado en Nueva York y con quien me encontré por casualidad delante del auditorio nacional.
Aproveché la oportunidad para preguntarle si ella estaba de acuerdo en que las mujeres habían cambiado Islandia. Ojalá hubiera grabado su respuesta, porque fue de una lucidez cristalina, pero, en resumen, vino a decir que sí, “la fuerza masculina” que había definido el periodo en el que los islandeses habían intentado jugar a los bancos y convertirse en el pueblo más rico del mundo había sido reemplazada por una “fuerza femenina que está en la tierra, que no apunta a las estrellas, y que busca plantar raíces y trabajar para un futuro seguro”.
Gudmundsdottir, directora ejecutiva en una compañía de seguros, dijo que los problemas de Islandia partían de que la gente había estado corriendo demasiado de prisa, lanzándose a grandes aventuras sin pararse a examinar los detalles de lo que estaba haciendo. “Hoy, en los consejos de administración de las empresas, en los que se ve cada vez a más mujeres, se hace hincapié en la responsabilidad, no en correr riesgos ni en intentar hacer mucho dinero muy rápido”.
Birna Einarsdottir, una de las consejeras delegadas de bancos nombradas para desplazar a los hombres inmediatamente después de la crisis de 2008, dice que la gran lección que han aprendido los islandeses mientras salían de la recesión y entraban en el crecimiento ha sido: “Atenernos a lo que sabemos; no pasarnos de listos”. “¿Quién dijo que los islandeses eran los mejores banqueros del mundo? ¿De dónde salió esa idea? De modo que, ahora, la regla es ser humildes, conocer nuestras limitaciones y aprovechar nuestras ventajas. Y, en vez de pensar que sabemos todo, hacer preguntas; pedir ayuda”. Que es lo que hacen las mujeres; no los hombres.
De lo que de verdad entienden los islandeses, dijo Einarsdottir, es de pesca, que hoy tiene muchos más beneficios que antes de la crisis. Un ejemplo es una mujer de nombre impronunciable, Sjöfn Sigurgisladottir, que dejó en 2009 su puesto de directora ejecutiva de un organismo estatal dedicado a la seguridad alimentaria para crear una empresa de pesquería y piscifactoría con otras dos socias. Calculan que, para 2014, habrán creado 100 puestos de trabajo y estarán vendiendo más de 2.000 toneladas anuales de tilapia nórdica (un pescado de origen africano).
“Estamos entrando en una industria que antes era exclusivamente masculina”, me dijo una sonriente Sigurgisladottir, “y eso es sintomático de lo que está ocurriendo en Islandia desde la crisis. Las mujeres están asumiendo un papel mucho más activo en la economía, asumiendo más responsabilidad, y también nos apoyamos mucho más unas a otras, creando clubes de mujeres, aprovechando oportunidades más que nunca”.
Ayuda, continuó Sigurgisladottir, el hecho de que la sociedad esté estructurada de tal forma que, en Islandia, las mujeres no tienen que escoger entre el trabajo y la familia. Tanto desde el punto de vista cultural (al parecer, los vikingos se tomaban con bastante relajo que sus mujeres concibieran y se reprodujeran mientras ellos estaban lejos, dedicados a violar y saquear) como desde el de las leyes del Estado sobre custodia de los hijos y permiso de maternidad o paternidad, las mujeres islandesas han avanzado más que nadie. Según el último informe del Fondo Económico Mundial sobre igualdad de género, Islandia ocupa el primer lugar del mundo. (“Yo vivo parte del tiempo en Suiza”, me dijo Sigurgisladottir, “y la diferencia con el lugar que ocupan allí las mujeres en la sociedad es escandalosa”).
Las mujeres de Islandia habían alcanzado estos logros incluso antes de que la crisis financiera golpeara. Lo que ha ocurrido desde entonces es que han complementado la igualdad en el hogar y en el trabajo con un nuevo grado de influencia y autoridad en el corazón del poder político y económico. Siendo madre de tres niños de menos de ocho años, siendo la ministra responsable de educación, ciencia y cultura y la número dos en el partido de Gobierno (lo cual hace pensar que es una probable futura primera ministra), Katrin Jakobsdottir es la Amazona diminutiva que encarna estos grandes cambios.
Fue ella la que me dio la respuesta a la pregunta que me había planteado al llegar a Islandia esta vez. El cambio más grande de los últimos años era que, efectivamente, los hombres sí estaban pensando más como mujeres. “Tener un Gabinete con la mitad hombres y la mitad mujeres, y ahora con más mujeres, ha marcado la diferencia”, me explicó. “El centro de atención político cambia cuando hay más mujeres en el Gobierno; quiero decir que hay una diferencia en lo que se debate. Por eso en estos últimos tres años ha ocurrido algo grande e importante, y en lo que no creo que haya posibilidad de dar marcha atrás. Hemos cambiado la naturaleza de la discusión”.
En aquellos primeros meses de la crisis, la pequeña, rota y desesperada Islandia (población: 320.000) constituyó un anuncio del Apocalipsis para las grandes naciones de Europa occidental. Sin embargo, hoy, ahí está ese edificio nuevo y reluciente, una imagen de opulencia y modernidad tan extraordinaria como el Museo Guggenheim de Bilbao, estrambóticamente fuera de lugar en esta Lilliput nórdica de casitas de Lego pintadas de rojo, amarillo y azul.
No podía apartar la vista del edificio, ni de día ni —sobre todo— de noche, cuando su multitud de ventanas asimétricas y marcos irregulares cambiaba continuamente de colores, como en una imitación líquida de la aurora boreal.
¿Qué ocurrió en Islandia? ¿Qué ha ocurrido en estos tres años para que surja, de las cenizas del desastre económico, una construcción tan extravagante? Lo que ha ocurrido es que las mujeres se han hecho cargo del país y lo han arreglado.
Y ese edificio, el primer auditorio nacional de conciertos en la historia de Islandia, donde la compañía nacional de ópera representa en estos días, con el aforo completo, La Bohème de Puccini, es la encarnación del cambio que se ha vivido. Porque nos dice que Islandia no se hundió, que el país ha vuelto a levantarse; y porque la persona que decidió construirlo o, más bien (y con algo más de polémica), no interrumpir su construcción después del crash financiero, fue una mujer.
El presupuesto estatal está casi equilibrado, las exportaciones superan a las importaciones y la moneda es estable
Desde que se produjo la crisis, y como reacción directa y deliberada ante ella, las mujeres se han adueñado de las palancas del poder, y lo han hecho en los ámbitos que más importan, en los que más influencia se ejerce sobre el destino nacional: el Gobierno, la banca y, en creciente medida, la empresa.
Los tres bancos principales de Islandia quebraron en octubre de 2008 y dejaron deudas que ascendían a más de 10 veces el PIB del país.
Islandia, que hasta entonces ocupaba el primer puesto en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas (es decir, el mejor sitio para un ser humano en el planeta Tierra), se encontró mucho más allá de la bancarrota. Y se echó la culpa a los hombres. Los hombres le echaron la culpa a los hombres. En el partido del Gobierno dominaban los hombres, los banqueros casi sin excepción eran hombres y los temerarios, absurdamente ambiciosos, impulsos que condujeron a una pequeña nación de pescadores a creer que todos se estarían bañando en champán francés por el resto de sus días eran categóricamente, exclusivamente, decididamente masculinos.
Así que entonces, como comentó el Financial Times en aquel momento, aparecieron las mujeres para arreglar el lío. El primer ministro fue sustituido por la primera mujer en la historia de Islandia en ocupar el cargo, Jóhanna Sigurdardóttir (gay y casada, con dos hijos de un fallido matrimonio anterior con un hombre), que continúa ejerciéndolo hoy. Las mujeres constituyen la mayoría del Gobierno, cinco carteras ministeriales, frente a cuatro hombres.
Se despidió a los consejeros delegados (todos varones) de los bancos que habían quebrado, se cambió de nombre a las entidades y se colocó en sus cargos a mujeres. Cada vez más mujeres se hacen empresarias o empiezan a aparecer en los consejos de administración de empresas privadas. Por escoger entre numerosos ejemplos, la consejera delegada de la mayor compañía de seguros de Islandia en la actualidad es una mujer, igual que la responsable para el país de Rio Tinto Alcan, que encabeza el poderoso sector nacional del aluminio.
El tópico, desde Margaret Thatcher, es que las mujeres en puestos de poder son, por necesidad, damas de hierro, que triunfan a base de pensar como hombres. La proposición que me planteé explorar en Islandia fue si el cambio había sido lo suficientemente profundo como para que a los hombres no les haya quedado más remedio ahora que pensar como mujeres.
En Islandia, todo el mundo conoce a todo el mundo. Todos son primos, de una forma u otra. De modo que, cuando pregunté a varias personas si me podían poner en contacto con la mujer de la sala de conciertos, cuyo título exacto es, desde febrero de 2009, ministra de Educación, Ciencia y Cultura, todo el mundo sonrió de inmediato: “¡Ah, Katrin!”.
“Se quedará asombrado cuando la vea”, me dijeron. “Tiene tres hijos, pero nadie lo diría”. “Es muy brillante”. “Sí, tremendamente inteligente”. “¡Pero parece que tiene 12 años!”.
Esto último era una exageración. La persona que se me acercó, con la mano extendida, cuando estaba sentado en una pequeña sala de espera del ministerio tenía aspecto de tener 16 años, por lo menos. Menos mal que me lo habían advertido, pensé; si no, nunca habría creído que era quien decía ser, la ministra Katrin Jakobsdottir, por si fuera poco vicepresidenta del partido socialdemócrata —oficialmente denominado Verdes de Izquierda—, que ocupa el poder. Botas Dr. Martens, vaqueros marrones, pelo lacio, esbelta, menuda: parecía una becaria en su primer día en la oficina, o la hermana menor, más dulce y menos seca, de la chica del dragón tatuado de Stieg Larsson.
En realidad tenía 36 años y acababa de volver de disfrutar de su permiso de maternidad tras el nacimiento de su tercer hijo. Totalmente segura de sí misma (si sentía alguna incomodidad al tener como despacho un imponente salón ministerial, no lo delató) y tan lista como me habían dicho que era, no necesitó que le hiciera ni una pregunta para saber cuál era el primer tema que quería abordar con ella.
La sociedad islandesa está estructurada de tal forma que las mujeres no tienen que escoger entre el trabajo y la familia
El problema no era solo que la economía nacional estuviera destruida; el multimillonario que había concebido el proyecto, un hombre llamado Bjorgolfur Gudmundsson, que, entre otros excesos, había comprado el equipo de fútbol West Ham United, de Londres, se había quedado sin un céntimo. “Así que me reuní con la gente del Ayuntamiento de Reikiavik para decidir si debíamos seguir adelante con fondos públicos, suspender la construcción hasta que llegaran tiempos mejores o dar por terminado el proyecto. Decidimos seguir adelante”.
¿Por qué? “En parte, porque había 600 personas involucradas en la obra, en parte, porque llevábamos 40 años hablando de construir una sala de conciertos para nuestra orquesta sinfónica y pensamos que, si no lo hacíamos ahora, nunca lo haríamos, pero también porque pensamos que no seguir con el proyecto daría a la gente la sensación de que se prolongaba la crisis”. ¿Habría sido malo para la moral nacional que se interrumpiera, entonces? ¿Seguir adelante tenía un valor añadido que era superior al coste? “Sí. Exacto.
Nos vimos obligados a hacer grandes recortes presupuestarios en todo el sector público, pero decidimos seguir. En su momento hubo mucha controversia, pero creo que ahora está desapareciendo. El auditorio se inauguró en la primavera de 2011 y, desde entonces, han acudido más de 800.000 visitantes. A la gente le encanta. Islandia es un país con una gran vida musical, y también somos un país con mucha determinación y mucha ambición. El edificio ha sido un símbolo y una inspiración para los islandeses”.
"Las cosas podrían estar mucho peor"
Un símbolo, entre otras cosas, del regreso a la salud económica. Jakobsdottir reconoció que las cosas podrían estar mejor, que la deuda hipotecaria de la gente corriente sigue siendo elevada, que las inversiones son bajas y que en Islandia, hoy, hay desempleo (justo por debajo del 7%), mientras que antes, no. El nivel de vida, en otro tiempo el más alto del mundo, ha caído, y la gente trabaja más por menos dinero. Pero, como observó el premio Nobel de economía Paul Krugman tras una visita reciente a Islandia, “las cosas podrían estar mucho peor” y aunque ese “no es el eslogan más estimulante del mundo..., cuando todo el mundo preveía un desastre total, equivale a un triunfo político”.
Las cifras apuntan a un grado de solidez casi inimaginable hace tres años. El presupuesto estatal está casi equilibrado, las exportaciones superan a las importaciones, la moneda es estable y, el año pasado, el FMI publicó un informe halagüeño. Por hablar de cosas que se entienden sin que haga falta saber nada de economía, la nueva sala de conciertos no es más que la señal más visible de una larga lista de éxitos.
En mi reciente visita, asistí al festival gastronómico anual de Islandia, Food and Fun, que se celebra desde 2002 pero estuvo a punto de ser suspendido, por falta de dinero, en 2009, 2010 y 2011. Este año ha vuelto a florecer, con la participación de 30 cocineros de tres continentes y 25.000 islandeses que pagan 40 euros por cabeza en los restaurantes locales (hay un 50% más de locales de comida en Reikiavik que hace tres años) para saborear sus platos.
Icelandair ha duplicado sus rutas desde 2009 y ha aumentado el número de pasajeros en un 20% anual. Se ha creado una línea aérea nueva, WOW, y el turismo también está en auge; las plazas hoteleras para julio y agosto de este año están ya prácticamente todas vendidas. Los precios de las viviendas acaban de subir un 10% y las ventas de Mercedes Benz, según me dijeron fuentes fiables, han aumentado de repente.
En cuanto a la sanidad y la educación públicas, tan buenas que ni siquiera los fugaces multimillonarios de la época del boom sintieron la necesidad de pasarse a las privadas, no han sufrido en calidad pese a los recortes presupuestarios que ha tenido que hacer el Gobierno. Como prueba de la normalidad que se ha instalado donde antes acechaba el Apocalipsis, el debate fundamental entre los partidos de izquierda y derecha en el Parlamento es hoy la eterna y rutinaria cuestión de si hay que subir o bajar los impuestos. O si, después de haber recurrido con éxito a la devaluación de la moneda como mecanismo para recobrar la salud, ahora convendría incorporarse al euro.
Pero en lo que todos los parlamentarios están de acuerdo es en que la época del capitalismo de enriquecimiento rápido se ha terminado. La palabra clave, hoy, es sostenibilidad, y todos los partidos la repiten en sus declaraciones públicas. Y la sostenibilidad, en opinión de la ministra Jakobsdottir, es un concepto más femenino que masculino.
Ella lo explica así: “Mucha gente achacó los excesos de los banqueros que nos causaron tantos problemas a una cultura masculina”. “En 2009, todo el mundo decía: ‘Lo que necesitamos es menos pensamiento de chulería masculina y más mujeres con ideas pragmáticas y estratégicas’. Lo que hemos aprendido desde entonces es que si queremos permanecer alejados de la crisis y construir, todos sabemos que hay que pensar no en el futuro inmediato, sino en los próximos 10 o 20 años. Esa no es la forma de pensar de un Gobierno dominado por hombres; esa es una manera de pensar femenina”.
"Nosotras hablamos de los sectores creativos"
Le pedí que me dijera en qué terrenos concretos se podían detectar estos cambios. “Hay muchos ejemplos. En general la influencia femenina se ve en este énfasis que le damos al desarrollo sostenible, en construir la economía pensando a largo plazo, de manera fiable y segura. Las mujeres piensan en esos términos porque está en su naturaleza. Un ejemplo más específico: cómo estamos encarando los temas de los impuestos y los presupuestos.
La idea es analizar los diferentes impactos que el sistema tiene sobre los hombres y las mujeres, y ver cómo podemos ajustarlo para generar más igualdad entre los géneros. También se ve la influencia femenina en la discusión sobre el empleo. Los hombres se centran en cosas como la industria del aluminio. Nosotras hablamos de los sectores creativos. Hemos llegado a la conclusión de que las artes —en especial la música y la literatura— aportan tanto dinero al país como la extracción de aluminio. No creo que a los hombres se les hubiera ocurrido ni pensarlo”.
Un dato que asombra en Islandia es que un país de 320.000 habitantes posea tal abundancia de talento artístico, sobre todo en la música, donde, aparte de una ópera nacional y una orquesta sinfónica nacional, existen numerosos grupos contemporáneos que producen todo tipo de cosas, desde la globalmente aclamada Björk hasta el trabajo experimental y esotérico de Kria Brekkan, que ha triunfado en Nueva York y con quien me encontré por casualidad delante del auditorio nacional.
Aproveché la oportunidad para preguntarle si ella estaba de acuerdo en que las mujeres habían cambiado Islandia. Ojalá hubiera grabado su respuesta, porque fue de una lucidez cristalina, pero, en resumen, vino a decir que sí, “la fuerza masculina” que había definido el periodo en el que los islandeses habían intentado jugar a los bancos y convertirse en el pueblo más rico del mundo había sido reemplazada por una “fuerza femenina que está en la tierra, que no apunta a las estrellas, y que busca plantar raíces y trabajar para un futuro seguro”.
Hablé con muchas otras mujeres, y todas expresaron variaciones de la misma idea. Audur Bjork
Gudmundsdottir, directora ejecutiva en una compañía de seguros, dijo que los problemas de Islandia partían de que la gente había estado corriendo demasiado de prisa, lanzándose a grandes aventuras sin pararse a examinar los detalles de lo que estaba haciendo. “Hoy, en los consejos de administración de las empresas, en los que se ve cada vez a más mujeres, se hace hincapié en la responsabilidad, no en correr riesgos ni en intentar hacer mucho dinero muy rápido”.
Birna Einarsdottir, una de las consejeras delegadas de bancos nombradas para desplazar a los hombres inmediatamente después de la crisis de 2008, dice que la gran lección que han aprendido los islandeses mientras salían de la recesión y entraban en el crecimiento ha sido: “Atenernos a lo que sabemos; no pasarnos de listos”. “¿Quién dijo que los islandeses eran los mejores banqueros del mundo? ¿De dónde salió esa idea? De modo que, ahora, la regla es ser humildes, conocer nuestras limitaciones y aprovechar nuestras ventajas. Y, en vez de pensar que sabemos todo, hacer preguntas; pedir ayuda”. Que es lo que hacen las mujeres; no los hombres.
De lo que de verdad entienden los islandeses, dijo Einarsdottir, es de pesca, que hoy tiene muchos más beneficios que antes de la crisis. Un ejemplo es una mujer de nombre impronunciable, Sjöfn Sigurgisladottir, que dejó en 2009 su puesto de directora ejecutiva de un organismo estatal dedicado a la seguridad alimentaria para crear una empresa de pesquería y piscifactoría con otras dos socias. Calculan que, para 2014, habrán creado 100 puestos de trabajo y estarán vendiendo más de 2.000 toneladas anuales de tilapia nórdica (un pescado de origen africano).
“Estamos entrando en una industria que antes era exclusivamente masculina”, me dijo una sonriente Sigurgisladottir, “y eso es sintomático de lo que está ocurriendo en Islandia desde la crisis. Las mujeres están asumiendo un papel mucho más activo en la economía, asumiendo más responsabilidad, y también nos apoyamos mucho más unas a otras, creando clubes de mujeres, aprovechando oportunidades más que nunca”.
Ayuda, continuó Sigurgisladottir, el hecho de que la sociedad esté estructurada de tal forma que, en Islandia, las mujeres no tienen que escoger entre el trabajo y la familia. Tanto desde el punto de vista cultural (al parecer, los vikingos se tomaban con bastante relajo que sus mujeres concibieran y se reprodujeran mientras ellos estaban lejos, dedicados a violar y saquear) como desde el de las leyes del Estado sobre custodia de los hijos y permiso de maternidad o paternidad, las mujeres islandesas han avanzado más que nadie. Según el último informe del Fondo Económico Mundial sobre igualdad de género, Islandia ocupa el primer lugar del mundo. (“Yo vivo parte del tiempo en Suiza”, me dijo Sigurgisladottir, “y la diferencia con el lugar que ocupan allí las mujeres en la sociedad es escandalosa”).
Las mujeres de Islandia habían alcanzado estos logros incluso antes de que la crisis financiera golpeara. Lo que ha ocurrido desde entonces es que han complementado la igualdad en el hogar y en el trabajo con un nuevo grado de influencia y autoridad en el corazón del poder político y económico. Siendo madre de tres niños de menos de ocho años, siendo la ministra responsable de educación, ciencia y cultura y la número dos en el partido de Gobierno (lo cual hace pensar que es una probable futura primera ministra), Katrin Jakobsdottir es la Amazona diminutiva que encarna estos grandes cambios.
Fue ella la que me dio la respuesta a la pregunta que me había planteado al llegar a Islandia esta vez. El cambio más grande de los últimos años era que, efectivamente, los hombres sí estaban pensando más como mujeres. “Tener un Gabinete con la mitad hombres y la mitad mujeres, y ahora con más mujeres, ha marcado la diferencia”, me explicó. “El centro de atención político cambia cuando hay más mujeres en el Gobierno; quiero decir que hay una diferencia en lo que se debate. Por eso en estos últimos tres años ha ocurrido algo grande e importante, y en lo que no creo que haya posibilidad de dar marcha atrás. Hemos cambiado la naturaleza de la discusión”.
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