sábado, 4 de febrero de 2012

La gratitud de Titã nos interroga a los humanos


¿Se acuerdan del caso de Titã, el perro de cuatro meses enterrado vivo, salvado por el amor y la competencia profesional de la joven veterinaria Viviane? Tras haberse convertido en Brasil en el emblema de la crueldad contra los animales, los mejores amigos del hombre, ahora Titã aparece como “ejemplo de gratitud” capaz de interrogarnos a los humanos. 


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Si el horror de ver a un perro de cuatro meses, enterrado vivo, había removido los sentimientos no sólo de condena sino hasta de odio y venganza de millones de personas hacia el verdugo, dentro y fuera de Brasil (en mi blog lo recomendaron en 31.000 Facebook con más de 400 comentarios), hoy el ejemplo que Titã está dando de agradecimiento a quién no sólo le salvó la vida sino que lo rodeó de afecto, ha despertado una ola de sentimientos opuestos: de admiración y emoción.


Ha sido en uno de los programas de la red Globo con mayor audiencia en todo el país, que ocupa toda la mañana, dirigido por Ana María Braga, muy querida por los brasileños, en el que la veterinaria Viviane, ha contado esta nueva historia, esta vez, feliz, de Titã.


Según la veterinaria, el perro salvado en extremis, aunque no ha sido posible recuperarle uno de sus ojos, ha desarrollado un sentimiento tan fuerte de agradecimiento hacia ella, que no es posible separarlo un minuto de su presencia. “Ni un humano hubiese sido tan consciente de haber sido salvado de la muerte ni de demostrar un grado tan alto de gratitud”, contó en la televisión. 


Y ha explicado que tiene que llevarlo todos los días a su trabajo, pues según su experiencia profesional, moriría si se separase de ella. Mientras ella trabaja en la clínica veterinaria, Titã, juega solito, sin crear el menor problema. Le basta sentir cerca la presencia de su salvadora que se ha convertido en su razón de vivir. 


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Titã acompaña  a Viviane a la clínica


Generalmente, acostumbro a pensar la materia de mis posts para este blog cuando cada mañana camino dos horas por recomendación médica, pero que hoy se ha convertido en un verdadero placer. Antes de haber visto el programa de televisión había decidido escribir hoy precisamente sobre la enorme dificultad que los humanos tenemos de ser agradecidos y de serlo desinteresadamente, sólo por ese sentimiento caliente de palpar la amistad que alguien nos ofrece gratuitamente. Ese “gracias, amigo” sin que siga petición alguna de favores.


Se me había ocurrido, porque hace dos días, mientras paseaba, se me acercó un perro callejero, grande, con mordidas antiguas, seguramente de haber peleado en la disputa de alguna hembra. Como no tengo miedo a los perros, cuando lo miré debió entender que tampoco él debía tener miedo de mi y desde ese momento me acompañó durante las dos horas del paseo hasta casa.


Hacía calor, aquí es pleno verano y yo llevaba una botella de agua mineral. Mi médico me dice que a una cierta edad es muy fácil deshidratarse. Vi después de una hora de paseo, que mi perro callejero también tenía sed. No tenía donde ponerle un poco de agua y se la di a beber en el cuenco de mis manos. Bebió varias veces hasta saciarse. Después, de repente, casi en movimiento de danza, se acercó más a mi y empezó a lamerme la parte superior de mis manos. Era un gesto inequívoco de gratitud, que me ayudó a reflexionar.


Me pregunté a mi mismo: si hasta un perro callejero es capaz de sentir espontáneamente ese sentimiento, uno de los más nobles que existen, como lo es el del agradecimiento, por qué nos cuesta tanto a los supuestamente desarrollados en la escala animal, orgullosos tantas veces de nuestra inteligencia racional, ese sentimiento de gratitud, cada vez más raro en nuestro mundo, quizás porque nos parezca poco humano, demasiado primitivo, más fácil de encontrar entre los animales que entre las personas.


Entre los animales racionales predominan y visten más otros sentimientos, como los de superar al otro, a costo de lo que sea, aunque sea a costa de pisar sobre su cuello. Ser agradecido, es debilidad para algunos. Lo que nos hace respetables, se piensa, son otros sentimientos, como los de venganza, de arrivismo, de envidia o de capacidad para poner zancadillas o de olvido de lo que un día recibimos


Hablamos cada día de la crisis económica y de valores que zarandean a nuestra civilización. Si preguntáramos a los expertos políticos si la crisis tendrá a qué ver con la falta de ese sentimiento de gratitud tan escaso hoy en el mundo, se nos echarían a reír .


En este blog no nos reímos de ello y hasta pensamos que la gratitud incontenible de Titã podría ajudarnos a interrogarnos sobre la aridez de nuestra vida que abordamos cada día con mayores miedos y temblores porque no sabemos hacia donde vamos y a donde llegaremos. “Gracias a la vida, que me ha dado tanto”, cantaba la inmortal Violeta Parra. Aún bajo las cenizas que queman de la crisis, podemos encontrar siempre un motivo para repetir ese “gracias a la vida”, o a quien amamos, o a nuestro perro. Sí, también a nuestro perro, que los animales nos dan mucho y nos ayudan a recordarnos lo que es el afecto y el agradecimiento.


Basta que yo pase  un solo día fuera de casa, para que mi gata Nana, que había sido abandonada con días en una calle lleno de tráfico, en Rio, con asma y muerta de hambre, me reciba con tales gestos de felicidad y agradecimiento que no sabe como expresar: salta por los muebles, me provoca, me llama, hace piruetas y no se calma hasta que lo tomo en brazos y más que abrazarla la estrujo con todas mis fuerzas. Mi mujer me dice: "Juan, ya puedes sentirse feliz con ese amor desbordante de Nana por ti. Ni las personas son capaces de amar tanto.

Agradecimiento


Porque la vida es una fiesta
trágica, alegre, triste,
porque la vida es un regalo,
no importa de qué esté hecha,
porque el tiempo es caudaloso,
y apaga el propio tiempo,
porque siempre hay alguien a quien se ama,
porque el universo es inmenso,
y somos apenas una leve pisada,
porque estamos hechos de sangre
huesos, lágrimas y poesía,
porque cada día es absurdamente único,
porque en todo lo que tocamos,
piel, objeto, corazón,
dejamos nuestro tatuaje,
tenemos que agradecer.


(Poema de Roseana Murray, premio de la Academia Brasileña de las Letras, en el libro Diario de la Montaña en curso de publicación en la editorial Manati-Rio de Janeiro)

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