La espectacular goleada en la Copa (6-1 a la Real) da alas al conjunto de Caparrós, muy irregular y con problemas de división interna en el vestuario
Joaquín Caparrós da instrucciones desde la banda
¿Pueden siete minutos de vendaval futbolístico cambiar el signo de toda una temporada? Es la pregunta que flota en el aire en Son Moix desde la noche copera del martes, cuando se operó una transformación insólita en el Mallorca de Joaquín Caparrós. El equipo tristón, aburrido y pusilánime de los meses anteriores entró en combustión y chamuscó en un santiamén (6-1) a una Real Sociedad que contaba con tres goles de ventaja en la eliminatoria. En siete minutos, el Mallorca le endosó cuatro tantos, y luego, en la segunda parte, dos más.
Si el partido de ida retrató el perfil más conformista del conjunto balear, el punto más bajo de su irregular temporada, la vuelta sirvió para inflar las velas de cara a la visita, hoy, del Real Madrid.
"Tenemos fe en que podemos hacer algo bonito", dice Dudú Aouate, consciente de estar utilizando el tópico de cuando toca medirse ante los grandes. Antes de la goleada a la Real, ni siquiera se habría permitido esta licencia. La afición se lo habría tomado a broma. Desde que Caparrós llegara a la isla a principios de octubre, en sustitución de Michael Laudrup, la trayectoria del Mallorca ha sido más bien modesta. En 11 jornadas, el equipo ha sumado 10 puntos que no le han permitido escapar de la zona baja de la clasificación (es decimocuarto, a tres puntos del descenso). El técnico andaluz no ha sido capaz de transmitir a la plantilla su célebre sello competitivo, aunque lo ha intentado de todas las maneras posibles.
Además de revolucionar el método de trabajo interno para implicar al fútbol base y contar activamente con jugadores de la cantera, Caparrós se ha pasado los últimos tres meses enviando recados a sus jugadores, tanto en público como en privado.
Después de cada derrota, después de cada decepción, un nuevo aviso: "Estamos demasiado relajados", "damos muchas facilidades al rival", "hay lagunas en los conceptos defensivos", "el movimiento se demuestra andando", "un partido horrible"... Y en su balance de fin de año: "La nota no es buena. Hay que competir más. Los equipos tienen que pensar que es difícil ganar al Mallorca y no lo hemos conseguido".
Los reiterados mensajes reprobatorios del técnico llegaron a causar cierto malestar en determinados sectores de la plantilla, que sintió cuestionada no ya su calidad, sino su capacidad de compromiso. Después de la ida de la Copa ante la Real Sociedad (2-0), el capitán, Pep Lluís Martí, salió en defensa del grupo: "No faltó actitud, dimos la cara. Fue un querer y no poder". Y remató: "Es mejor no hablar y sí corregir errores".
Caparrós optó por corregir. Programó sesiones dobles de entrenamiento y dejó a sus jugadores sin noche de Reyes. Mientras la cabalgata recorría las calles de Palma, la plantilla asistió a un pase especial del partido de Anoeta. Tras el visionado, se produjo una catarsis colectiva, se admitieron fallos tácticos y falta de concentración. Hubo una conjura para empezar el año haciendo borrón y cuenta nueva.
De vuelta a la Liga, el equipo ofreció síntomas de mejoría defensiva ante el Levante (0-0). Los goles, la otra gran asignatura pendiente, se los guardaron todos para la remontada copera. La victoria parece haber mitigado la división creciente en el club, pero a Caparrós se le antoja un atrevimiento dar por hecho que siete minutos de locura dan para borrar de un plumazo los males de su equipo: "No es normal lo que nos sucedió.
El equipo se lo fue creyendo poco a poco y tuvimos ese componente de fortuna fundamental. En cualquier caso, al club le vienen bien este tipo de alegrías". El Madrid pondrá a prueba si la resurrección del Mallorca va en serio.
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