sábado, 14 de enero de 2012

La formidable fuerza del macho Trump

"Mi belleza es que soy muy rico". Es la clase de humildad de la que hace gala el magnate millonario Donald Trump, que ha estampado su apellido en todo producto imaginable. Pero no todo reluce en su imperio de chapado dorado

 

Donald Trump
Donald Trump, presentando su hotel de Las Vegas en mayo de 2007.


"Mi belleza es que soy muy rico". Esa frase, pronunciada por Donald Trump en televisión en marzo, describe perfectamente al omnipresente magnate de la desmesura. Su fortuna, de 2.900 millones de dólares, la hizo con negocios inmobiliarios. 

Pero hoy el nombre Trump se halla estampado en cualquier producto imaginable. ¿Pistas de patinaje sobre hielo Trump? Las hay. ¿Agencia de modelos Trump? También. ¿Los concursos de Miss Universo y Miss USA? Le pertenecen. ¿Lámparas, colchones, toallas, jarrones? Lo mismo. Vende hasta chocolate con forma de lingote. Lo único que se le ha escapado es la presidencia de la nación, a la que aspiró recientemente. Hasta para Donald Trump hay imposibles.



Sus casinos se declararon en suspensión de pagos. hasta para trump hay imposibles
Obama frustró su candidatura bromeando sobre una Casa Blanca decorada por él
Si Trump (Nueva York, 1946) fuera rey no tendría un castillo, tendría rascacielos. Es dueño de lujosas torres en Nueva York, Chicago y Las Vegas. Su éxito le viene de una herencia, la de su padre, que ya hizo una fortuna en el negocio de los alquileres en Nueva York. 

Con todo, su imagen de rey Midas ocasionalmente entra en colisión con la realidad. El oro sólido que dice vender es, a veces, simple pintura chapada. Trump ha estado al borde de la quiebra personal y empresarial en varias ocasiones. En 2009, sus casinos se declararon en suspensión de pagos. En 2011 se supo que le había cedido su nombre a tres torres, en Tampa, Fort Lauderdale y Baja, que nunca se acabaron. Los compradores perdieron depósitos que en ocasiones superaban los 100.000 dólares.

Ha habido tres señoras Trump, pero ninguna como la primera, Ivana, dama de cóctel en mano y moño imposible. Llegó a Canadá de Checoslovaquia como esquiadora de élite. En un viaje a Nueva York, en 1976, para promocionar los Juegos Olímpicos de Montreal, conoció a Trump. Amor a primera vista. En menos de un año se habían casado. 

Fue ella quien le bautizó como El Donald, dándole ese aire mítico de titán que necesita un artículo ante su nombre de pila para contener toda su hombría. Se divorciaron 14 años después. Ella se llevó una compensación que la familia nunca desveló, pero que se rumorea que rondó los 40 millones. Fiel a sí misma, Ivana tuvo un pequeño papel en la película El club de las primeras esposas en la que dijo una de sus frases más célebres: "Queridas, no os cojáis un cabreo. ¡Cogedlo todo!".

Con Ivana, Trump tuvo tres hijos, todos empleados en sus empresas. Donald Jr., Eric e Ivanka son, de hecho, vicepresidentes de la Corporación Trump. Recientemente, Ivanka ha lanzado una línea de ropa y complementos siguiendo la estela de su padre, asumiendo la costumbre de poner el apellido Trump en cualquier producto. Tras Ivana, Donald se casó con Mara Maples, una actriz con la que tuvo una hija, Tiffany. Ninguna de las dos forma parte del núcleo duro Trump, en cuyo centro se halla ahora su tercera esposa, Melania, con quien tuvo un hijo, Barron, en 2006. Padre a los 60. Tal es la formidable fuerza del macho Trump.

Una de las posesiones más preciadas del magnate es su cabellera, todo un misterio. Un entramado de hebras doradas que él deja secar al natural. Tarda, como mínimo, una hora. Según dijo a Rolling Stone, un rato que dedica a informarse: "Leo los periódicos y otras cosas... Y veo televisión. Me gusta Fox y que el otro día The Morning Show emitiera un hermoso vídeo sobre mí". Así es él: no hay mejor información que la que habla sobre él.

La discreción no es una virtud que aprecie especialmente. Incluso tiene su propio programa de telerrealidad, El aprendiz, que emite la NBC desde 2004 y funciona como una entrevista de trabajo de una duración y un oprobio extremos. Entre 16 y 18 candidatos se someten a todo tipo de pruebas -y a los gritos y desplantes de Trump- para ganar un contrato anual de 250.000 dólares, gestionando una de sus empresas. ¿Sorprende ahora lo de la suspensión de pagos?

Pero no todos sus discípulos vienen de la televisión. Trump decidió crear dos instituciones educativas centradas en la enseñanza de la gestión inmobiliaria: The Trump University y The Trump Institute. La segunda ya ha cerrado. A la primera tuvo que cambiarle el nombre por el de The Trump Entrepreneur Initiative. No era ni universidad, ni nada que se le pareciera. Según algunos exalumnos descontentos, es una amalgama de clases de poca utilidad y pagos exorbitantes (hasta 35.000 dólares por materia). El Better Business Bureau, una auditora de prácticas comerciales, le dio un suspenso en servicios al consumidor. Estudian en ella unos 11.000 alumnos, según cifras de Trump.

El año pasado decidió presentarse a las primarias presidenciales, para salvar al país de sí mismo. Se apoderó brevemente del Partido Republicano ante la mirada incrédula de los políticos de profesión. Su estrategia consistió en darle crédito a lo bizarro. Exigió a Barack Obama, en repetidas ocasiones, que enseñara su certificado de nacimiento, dando pábulo a todo tipo de teorías conspirativas e insinuando que el presidente había nacido en un país extranjero como Indonesia. Trump, henchido de orgullo, menospreció al presidente.

La misma noche en la que dio la orden de capturar y matar a Osama bin Laden, Obama acudió a la cena de corresponsales de la Casa Blanca y fulminó cualquier aspiración presidencial de "El Donald".

Le bastó una imagen proyectada en una pantalla. "Así se vería la Casa Blanca si Trump ganara la presidencia", dijo Obama. Era un casino con columnas de oro, una torre anexa, neones de color rosa, dos mujeres en biquini en una fuente convertida en jacuzzi, y un campo de golf. ¿Parece improbable? Puede que Obama estuviera haciendo una broma. Y que demostrara que nadie se puede tomar en serio a Trump. Pero es que esos elementos, de gusto tan dudoso, son los cimientos sobre los que ha construido su imperio de chapado dorado.

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