lunes, 14 de mayo de 2012

La hora de los valientes del box 37


  • El box de Williams ardió. Entre tinieblas, emergieron algunos héroes anónimos para dejar en anécdota, con 31 heridos, lo que pudo haber sido una tragedia

     

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"Motorsport is dangerous". Es un lema legendario en la Fórmula 1. Lo tenemos los periodistas labrado incluso en nuestro pase de prensa, en los papeles que firmamos, en el aire que se respira en cada metro de un circuito en el que caminas a través de bidones de gasolina, cables, aceite, líquidos inflamables, electricidad, Kers y mil combinaciones imposibles.

Lo saben los pilotos, que suelen esquivar a descuidados, los mecánicos cada minuto y todo el que ha pisado un circuito más de una vez. Y ese chip está grabado a fuego en la cabeza. Ayer, el box de Williams salió indemne de lo que podría haber sido una tragedia difícil de digerir y olvidar.

Porque sin ese chip no se puede entender que en medio minuto un accidente incomprensible se disolviera como un azucarillo. En un segundo todos oímos como un escape de gas, seguido de una llamarada de fuego amarillo que empezó a lamer el techo a una velocidad de miedo.




Tres mecánicos evacuaron a sir Frank Williams con su silla de ruedas 


En el segundo siguiente ya había una organización invisible para solucionarlo. Habituados en la F1 a tomar decisiones en décimas, casi como un tic, alguien dio una voz hacia la prensa para salir pitando, tres mecánicos levantaron sin más miramientos a un sir como Frank Williams de su silla de ruedas y Pastor Maldonado agarró a su primo, escayolado de una pierna, para sacarle a caballito con el trofeo enganchado.

En mitad de la magia

El resplandor del calor nos bañó la cara al centenar de personas que estábamos dentro, como un rubor repentino. Venía de la parte de atrás del box, donde se guardan y preparan piezas, apenas a cinco metros de la algarabía, del momento mágico, con Williams sentado en su silla y el resto del equipo rodeándole agachado para oír al gigante inglés con la voz deshilachada agradecerles el trabajo. Pastor se sentó enrollando su bandera de Venezuela, el trofeo llegó entre varios brazos, y en el momento más sublime de esa impresionante imagen, se desató el infierno.


¿El culpable? Alguien que limpiaba el sistema de repostaje. Gasolina caída, un cortocircuito. Una llamarada y la oscuridad se apoderó del box al completo segundos después. El humo negro salía en cantidades imposibles por las puertas 37, 38 y 39 y, de repente, venidos de ninguna parte, llegaron los auténticos ganadores del Gran Premio de España.




Voluntarios del circuito y mecánicos de Caterham y Force India, pegados pared con pared con Williams, no dudaron en meterse en la boca de humo armados con un extintor de mano y más valor que sensatez. El mismo chip de todos, solucionar antes de preguntarse cómo. Echar un cable porque dentro puede haber amigos.




De hecho, la mayoría de ellos son amigos que van de uno a otro equipo de temporada en temporada. El humo era cada vez peor y los extintores se vaciaban como las pipas. Uno salía herido con la casaca de Williams llena de espuma, otro con un corte, con la de Caterham ahumada, un tercero con una quemadura y el logo de Force India renegrido. Otro caía mareado después de intoxicarse oliendo Dios sabe muy bien a qué.




Nadie sabía bien si todos los de dentro habían salido o no les había dado tiempo porque el techo se descolgó en pleno caos. Algunos familiares de Maldonado lloraban desconsolados en el muro del circuito. 




El humo inundaba la recta de meta y a los pocos minutos alguien recordó que hay mangueras de agua enganchadas en los boxes. Fue Pere Amat, amigo íntimo de Pedro de la Rosa y conocedor del circuito como si fuera su casa, el que arrimó el hombro y pegó dos gritos.

De la magia al infierno

El agua empezó a fluir, el humo a descender, muy lentamente, hasta que fueron llegando los miembros de la policía y los bomberos. Treinta y un heridos en apenas cinco minutos era el balance total, muchos atendidos en el centro médico del circuito, otros trasladados a diferentes hospitales de Barcelona con quemaduras e intoxicaciones. Todos anónimos, pero todos héroes.


Atrás quedaron los ordenadores achicharrados, todo el material perdido, el coche de Bruno Senna con aspecto calcinado, lleno del polvo de los extintores. Sin embargo, el material más importante, el humano, se había salvado con esa imposible velocidad a la que se trabaja en la F1. Hasta para sofocar un incendio.







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