Tras el desencanto del 'tendido siete' del Bernabéu con Mourinho y 'lo' de Pepe, pegando y pidiendo perdón al estilo del Capitán del Costa Concordia, el patio estaba revuelto. Al quite ha acudido Zinedine Zidane, ese francés que jugaba con esmoquin, símbolo de elegancia y que hizo plasticidad los sueños de los aficionados al buen fútbol, fueran del equipo que fueran, porque este, al contrario que Cristiano, no jugaba para tapar bocas, sino para abrirlas.
Zidane, que ha pasado del verde a la oficina, ha irrumpido en escena para amortiguar las críticas de aficionados y prensa sobre Mou y los jugadores. Cumpliendo con esa ley no escrita que aconseja no morder la mano que te da de comer, ha querido implicarse, alejarse de esa fama de un jarrón chino de la dinastía Ming, para proteger al entrenador que apostó por él. Normal. Nadie habría entendido otra postura.
Irritado, teoriza que atacar a los jugadores es atacar al Madrid (su cargo obliga a esa línea editorial); defiende la continuidad del entrenador (lleva razón, Mou necesita la continuidad que no tuvieron sus predecesores); rompe una lanza por Cristiano (es una realidad, los números de CR7 son incuestionables) y habla de la magnífica temporada del equipo (la clasificación no miente, cinco puntos sobre el mejor Barça de la historia).
Donde el discurso de Zidane se vuelve más laxo es al hablar del estilo del Real Madrid y de las excusas sobre Pepe, ese chico que sabe dar patadas pero no sabe pedir perdón, porque hasta para eso tiene que pedirle permiso a Mourinho. Zizou dice que Pepe tiene que permanecer en el club, pero la realidad es tozuda. Gran parte del madridismo, que condena y repudia su repugnante actuación, piensa otra cosa.
La vergüenza y el oprobio que padeció el Bernabéu por culpa de un tipo que cuando pierde no da la mano, sino que la pisa, no es un incidente aislado. No es una mancha al uso que uno pueda quitar de una alfombra a chorros de salfumán. Su puesta en escena, leyendo un perdón cínico, agravó aún más la imagen de un tipo que no será nominado al Premio Nobel de La Paz porque no es precisamente Bambi. Es duro decirlo, pero sobra en el Real Madrid.
Luego está el estilo de juego del Real Madrid. Zidane, como mano derecha de Mou, entiende que 'incluso el Real Madrid puede anteponer el resultado al estilo, porque llega un momento en que la única belleza en el juego es la victoria'. Justifica que un equipo que ha invertido 400 millones para ganar abrace precauciones, si enfrente está el Barça. Apoya, sin reservas, la racanería puntual de Mourinho, acaso convencido de que su dedo realmente señala el camino, y reta a todos los entrenadores del mundo a decir de qué modo se le puede ganar al Barça.
La idea pierde coherencia cuando, negro sobre blanco, se echa mano de qué decía Zidane cuando no estaba en la oficina, sino en el verde, cuando no tenía las obligaciones que hoy asume. Entonces pensaba que el buen fútbol no era negociable y las tácticas eran secundarias. Entonces Zidane decía: 'Hay entrenadores que se creen más importantes que los jugadores. Cuando es así, es un problema'.
Rubén Uría
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