Digamos que lo que viene se podría encuadrar por su calidad siempre dentro de lo que ya se denomina “Delicatessen”, pero quiero destacar el formato de estas delicias.
En la nueva sección, las delicias son siempre en 33 y 1/3 rpm. Surcos tradicionales, especiales, los que suenan en este recién estrenado apartado llamado “Por amor al vinilo”. Los álbumes que se recomendarán en él serán siempre discos que se pueden encontrar en ese formato: clásicos imperecederos reeditados por las compañías o propuestas discográficas de lo más apetitosas en vinilo, pero intentando no caer en lo muy obvio.
A decir verdad, ando lejos de ser un purista del vinilo. Quiero decir: no baso mi dieta musical única y exclusivamente en la escucha de vinilos y nunca he rechazado los otros formatos (incluidas las cassettes, ya piezas arqueológicas, pero por las que uno se apasionó por decenas de canciones e intentó calamitosamente ligar con sus listas de canciones románticas con la chavala del pueblo o del instituto). De hecho, por la generación a la que pertenezco, confieso que el vinilo ha sido a lo último que me he incorporado. Pero desde hace unos años escucho y disfruto de la música en los platos y hay algo incuestionable: suena de maravilla.
Si bien el vinilo no se puede escuchar en el coche o en el metro, si bien las novedades suelen ser más caras o si bien ocupa más espacio, nada supera a una relajada escucha de un buen vinilo. Yo, sinceramente, lo asocio al noble y apreciado acto en mi vida de dedicar todo el tiempo, toda la atención, a la escucha correspondiente.
A ese plástico, a esos decibelios. De entregarte, en definitiva, de los pies a la cabeza, por cada instante que respiras, al elepé que gira en el plato. Es, por eso, que esta sección “Por amor al vinilo” se inaugura hoy con la mejor dama, musa particular, reina del soul: Aretha Franklin.
Tengo el LP en mis manos. Sobre un cálido fondo amarillo, Aretha Franklin parece cubierta por el mismo sol. Como si la instantánea hubiese sido captada en pleno fogonazo esplendoroso. Y ella cantando, sentada al piano, vestida de negro para dar más contraste a esa luz en la que se baña su figura. Observo maravillado su gesto de intensidad.
Es el gesto que acompaña su canto. Es ese gesto, su gesto, su seña de identidad, por el que sabes que ahora sí, ahora Aretha te va a elevar del suelo. Ahora viene lo bueno. Lo divino. No falla: la voz que sale de los altavoces te agarra, te supera y te introduce en lo más profundo de tu ser, como si fueras tú mismo transportado, viajando, al mundo que habita dentro de ti, lleno de otros seres, repleto de sentimientos ocultos, desconocido por culpa del ruido diario.
Escucho The Electrifying, original de 1962, de la primera etapa de Aretha Franklin, cuando estaba en Columbia Records. Un álbum que se recupera en formato vinilo a través de Music On Vinyl bajo la distribución de Bertus, acompañado de A bit of soul, extraordinaria colección de singles para la misma compañía. En principio, un álbum menor, no tan aplaudido tras su conocidísimo paso por Atlantic, la casa de Ahmet Ertegun y Jerry Wexler.
Pero conviene hacer un alto en el camino, por favor: Aretha Franklin está en este disco a las órdenes de John Hammond, otro gigante musical en la sombra, el olfato de oro, el productor y cazalentos que forma parte del patrimonio musical norteamericano con los mismos honores que el que más.
Cierto que acabaron mal. No hubo la química necesaria entre ellos. Hammond consideraba que esa veinteañera de Memphis era una inmadura y Aretha pensaba que ese hombre, tan elegante vestido y que siempre llevaba un The New York Times bajo el brazo, era un controlador incómodo, asfixiante, que entorpecía su música. Pero nada eso significa que no hubiese material de calidad. Al contrario, la etapa de Aretha en Columbia es tan fundamental para la buena salud auditiva como el ejercicio lo es para el corazón. Así que ejercitad vuestros oídos con la elegancia del jazz vocal de Aretha, acompañada de orquesta.
Grabado en los estudios de Columbia en la Séptima Avenida de Manhattan, The Electrifying es la confirmación de la que se conocía ya, por primeros de los sesenta, como la nueva dama del jazz. Muerta Billie Holiday, solo Ruth Brown parecía ofrecer tanto derroche emocional en las salas y clubs de jazz. Pero la joven Aretha despuntaba y enamoraba. De hecho, la revista Down Beat la eligió como la mejor vocalista. nueva estrella.
Producto del gospel, con un padre que nunca quiso que saltase a la música secular, Aretha había sido el gran talento juvenil dentro de ese género. Tanto que Hammond dijo a los directivos de Columbia que se encontraban ante una cantante que solo aparece una vez cada 20 años. Históricamente, el problema de Aretha en Columbia fue la falta de orientación artística, es decir, la compañía nunca supo hacer explotar a su estrella.
No sabían si tenían a una Billie Holiday, a una Barbara Streisand o a una Judy Garland. Y, todo sea dicho, era el propio Hammond el que también parecía empeñarse en ajustar a la joven negra de Memphis en una esencia jazz, el estilo que más le gustaba a él y que había mamado desde joven.
Mientras probaban productores negros y blancos y orquestas dispares en las oficinas y estudios de Columbia, los resultados económicos de sus álbumes no eran los deseados. Pero eso no quiere decir que esos discos sean desechables. Al contrario.
The Electrifying fue el segundo trabajo con Hammond como productor. Compuesto por clásicos del jazz, es un disco, como todos los que hizo para Columbia, que grabó antes de recibir el calificativo de Reina del soul, un género todavía en pañales. Aunque se muestra un feeling gospel en el piano de Aretha, como en Just for you o Nobody like you, también hay un tímido soul en Rock-a-bye your baby with a dixie melody, con esas trompetas en comparsa y una garganta más fiera.
Poco tiempo antes de grabarse este disco, Ray Charles había publicado su Modern Sounds In Country And Western Music y Solomon Burke había cantado su Just Out Of Reach (Of My Two Open Arms), poniendo algunas de las piedras angulares de la transición del gospel al soul. Aretha ya despuntaba en esa línea.
Pero todo lo que domina el elepé es una orquestación estupenda. Es jazz, es swing, girando hacia el soul. Es pura elegancia. Esa es la palabra. Elegancia. Una voz poderosa, estilosa, cálida y radiante como el amarillo de la portada del elepé, acompañada de una orquesta de vientos y cuerdas, en magnífica marcha.
Como en Rough Lover, donde todo tiene una gracia que bien merece un aplauso. También en el delicioso You made me love you, cuando la cantante alarga las palabras, ese “youuuu, madeeeee, meeeee”. Y lo mismo se puede decir de I Surrender, Dear.
Pero me rindo cuando escucho, una y otra vez, That lucky old sun, un canto hecho para un atardecer. Composición clásica grabada por Sam Cooke, Brian Wilson, Johnny Cash, Willie Nelson o, recientemente para su último disco, Chris Isaak, en la voz de Aretha me parte desde su primer verso: “Up in the morning...”. No tengo palabras. Luego, llega ese estribillo que explota en lo profundo de uno: “Show me that river, take me across...” Desprende humanidad.
Y, entonces, con el vinilo en mis manos, ese amarillo es el sol que andaba buscando, es la luz de todos los cielos, el color de la vida, cuando Aretha Franklin empalma en estado de éxtasis, “Lift me, lift me to Paradise... Show me that river, take me across...”. Y me digo, una y otra vez, por el amor de Dios, gracias.
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