El Atlético de Madrid silencia Estambul.
Una genialidad colectiva bastó para que el BJK İnönü Stadyumu se convirtiera en un campo más humano, en el que los más de 100 decibelios colectivos de cada cántico y cada protesta llegaron a ser soportables. Juanfran, en el balcón del área, jugó por alto y en diagonal hacia Arda Turan. Se hizo un lío el turco en el control pero lo resolvió dejando la pelota al exquisito Adrián, que definió con la derecha a la red.
La grada apoyó entonces sin fe al Besiktas, pero había más esperanza en las tribunas que sobre el césped. El equipo de Estambul apuró sus remotas opciones de clasificación hasta el descanso buscando el control aéreo del histérico Hugo Almeida, pero la realidad latente apareció en el segundo tiempo. El segundo gol, un globo que el guardameta Gönen no supo defender en el área pequeña ante el inquebrantable ímpetu de Falcao, resumía la situación.
Los turcos eran un conjunto sin espíritu, un muñeco roto sin pulso al que el Atlético, por falta de puntería o por cierta relajación, no quiso herir hasta los últimos minutos. El gol de Adrián permitió que Gabi, Koke y Mario Suárez jugueteasen con la pelota e incluso se atrevieran con las llegadas al área, pero el objetivo estaba claro: dormir el encuentro, bajar revoluciones y pensar en los partidos de las próximas semanas.
El marcador pudo haber sido de escándalo por la infinidad de espacios que se abrieron para los contragolpes rojiblancos, bien leídos por Koke, Adrián o Arda Turan. El turco, muy motivado en el regreso a su país y a la titularidad, se llevó de recuerdo las acciones más feas de los jugadores del Besiktas y la hospitalidad del público, que lanzó botellas, monedas y otros objetos contundentes cuando el exjugador del Galatasaray fue sustituido.
La grada apoyó entonces sin fe al Besiktas, pero había más esperanza en las tribunas que sobre el césped. El equipo de Estambul apuró sus remotas opciones de clasificación hasta el descanso buscando el control aéreo del histérico Hugo Almeida, pero la realidad latente apareció en el segundo tiempo. El segundo gol, un globo que el guardameta Gönen no supo defender en el área pequeña ante el inquebrantable ímpetu de Falcao, resumía la situación.
Los turcos eran un conjunto sin espíritu, un muñeco roto sin pulso al que el Atlético, por falta de puntería o por cierta relajación, no quiso herir hasta los últimos minutos. El gol de Adrián permitió que Gabi, Koke y Mario Suárez jugueteasen con la pelota e incluso se atrevieran con las llegadas al área, pero el objetivo estaba claro: dormir el encuentro, bajar revoluciones y pensar en los partidos de las próximas semanas.
El marcador pudo haber sido de escándalo por la infinidad de espacios que se abrieron para los contragolpes rojiblancos, bien leídos por Koke, Adrián o Arda Turan. El turco, muy motivado en el regreso a su país y a la titularidad, se llevó de recuerdo las acciones más feas de los jugadores del Besiktas y la hospitalidad del público, que lanzó botellas, monedas y otros objetos contundentes cuando el exjugador del Galatasaray fue sustituido.
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