La cita es un cara o cruz para ambos, pero en especial para el Bayern. Juega en casa, es su final, y suya también toda la presión del favorito.
Alrededores del Allianz Arena, en Múnich.
Bayern y Chelsea lo han dejado todo para el final. Han sido malos
estudiantes, pero el fútbol les ha dado una última reválida. Y no una
cualquiera. Nada menos que una final de Copa de Europa. Noventa minutos
(como mínimo) que separan una temporada mediocre de una gloriosa.
La cita es un cara o cruz para ambos, pero en especial para el
Bayern. Juega en casa, es su final, y suya también toda la presión del
favorito. Porque, además, los locales juegan sin red.
El Borussia les ha
humillado tanto en la Bundesliga como en la DFB Pokal, en la que el
orgulloso club bávaro se llevó un correctivo de esos que tardan en
cicatrizar: 5-2 para el excelente Dortmund de Jurgen Klopp. Durante la
temporada, cada derrota era minimizada por la perspectiva de ganar la
Champions en casa. Pero, según se acercaba la final, se acababan las
coartadas. Ya no quedan.
Para el Chelsea la situación es casi igual de dramática. Se ganó la
FA Cup ante el Liverpool y Di Matteo ha obrado ya un pequeño milagro en
la Champions. Y mas allá del Barcelona. Comenzó a fraguarlo ante el
Nápoles y lo ratificó ante el Benfica.
Lo del Camp Nou fue la guinda a
un recorrido mucho mas largo de lo esperado. Aunque Abramovich no ha
invertido 900 millones de euros para coleccionar finales de Champions,
sino para ganarlas. Y, si su equipo no lo hace, el año que viene habrá
menos glamour en stamford bridge. Bye Champions, hi Europa League.
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