Los de Dalglish consiguen el pase a la final de la Carling tras remontar en Anfield los dos goles del City. Un tanto de Gerrard, de nuevo de penalti, y otro de Bellamy apean de la copa al todopoderoso líder de la Premier y devuelven a los “reds” a Wembley tras seis años de espera.
Anfield ha recuperado el orgullo. Gracias a un agónico gol del galés Craig Bellamy, los “reds” y su legendario estadio vuelven a sonreír. Sin embargo, el camino hasta la final no fue nada fácil.
Ante el Liverpool se presentó el titánico Manchester City, dominador de la Premier y ansioso de títulos, listo para la pelea. Llevando a Silva como principal estandarte, los “citizens” intentaron desde el minuto uno tomar Anfield, pero gracias al coraje y a la épica de los locales, fue algo imposible.
Aunque el City no consiguió retener el indomable espíritu del Liverpool, los de Mancini golpearon primero. Hacia la media hora de juego Nigel De Jong empató la eliminatoria con un impresionante disparo desde 25 metros. El gol, vino precedido de un perfecto pase de Silva que dejó absolutamente solo a su compañero en la frontal de Reina. Sin dudarlo, el holandés fijó la mirilla, preparó el misil y con una eléctrica parábola, la coló por la escuadra. La estirada de Reina fue inútil, De Jong marcó un golazo.
Pero Anfield no se rindió. Las duras palabras de Kenny Dalglish tras la reciente derrota en Bolton resonaron en la heridas mentes de los “reds” y, esta vez sí, el Liverpool fue fiel a su espíritu. Sacando fuerzas de flaqueza, los locales se abalanzaron sobre la portería defendida por Joe Hart y atacaron una y otra vez hasta poner nervioso al City. Tanto, que en una jugada donde remataron sin piedad tres veces seguidas, Richards cometió el error. El central inglés se lanzó al suelo para taponar un disparo a bocajarro de Agger y el balón tocó su brazo.
El árbitro pitó penalti y el designado por Anfield fue Gerrard. Cualquier otro jugador hubiese pensado miles de cosas antes de lanzarlo, tal vez su confusa mente anticipase acontecimientos de victoria y triunfo que todavía no habían sucedido o, a lo mejor, se dejara llevar por el júbilo de un gol que aún no había marcado; pero Steven Gerrard, no.
El legendario capitán del Liverpool es diferente, sus años defendiendo a un mismo club le han dado el don de la experiencia y con una inhumana tranquilidad inicio el ritual desde los once metros. En su mente sólo podía hallarse un pensamiento, un objetivo, una misión: batir a Hart. Y lo hizo. Anfield rugió con el empate y el Liverpool volvió a creer.
Pero este City es un animal peligroso, pues no sin mérito es el líder del campeonato. Los “blues” no deseaban perderse la final de Wembley y apenas comenzado el segundo tiempo Dzeko destrozó la portería rival. El City, sin piedad, dominaba de nuevo en Anfield y su sombra condenaba a un Liverpool que solo veía oscuridad.
Mientras el reloj marcaba la derrota, las voces del estadio se apagaban poco a poco, las piernas, de repente, pesaban de nuevo y esa sensación de vergüenza, que últimamente se ha paseado más de lo necesario por Anfield Road, regresaba implacable. Todo parecía perdido, sin embargo, un hombre resurgió.
Craig Bellamy, con su extraordinario gol en el 74, no sólo remontaba el partido por segunda vez, sino que reanimaba las llamas apagadas del malherido espíritu “Red”. Su tanto, que estableció el definitivo 2-2 en el marcador, abrió las puertas de Wembley para el Liverpool tras seis largos años de espera y devolvió a los de Mersey y sus afición un orgullo indomable para seguir luchando hasta el final.
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