Llegó hace 10 años como la estrella de un modelo de grandes inversiones en ocio.
Hoy, mientras se sueña con Eurovegas, el Parque Warner subsiste abandonado por la Comunidad
Hace 10 años el mundo era un lugar más amable. El futuro parecía
sólido como el ladrillo, y los héroes encargados de salvar Madrid eran
dibujos animados en lugar de dueños de casinos. Hace 10 años el
presidente de la Comunidad era un invitado de honor en las fiestas de
Piolín (hay fotos para probarlo) y no encolerizaba a las feministas cada
vez que hablaba.
Hoy hace exactamente 10 años, Alberto Ruiz-Gallardón
pulsaba el botón de un mando a distancia de juguete para inaugurar el Parque Warner en San Martín de la Vega, el que iba a ser su gran legado en la Comunidad, la estrella de su modelo de crecimiento.
El aniversario es hoy, pero hace tres días la Comunidad entregó al
parque un amargo regalo. La línea ferroviaria que unía Atocha y la
Warner termina ahora a medio camino, en Pinto.
La Comunidad asegura que
el cierre del tramo, construido en 2002 para servir al parque, responde a
su baja rentabilidad —190 usuarios diarios, para un coste de 3,3
millones al año—. Unos autobuses lanzadera unen Pinto y la
infraestructura, lo que dificulta notablemente el acceso tanto a los
visitantes como a los trabajadores del parque.
La decisión no solo amenaza con ser un mazazo económico, también
tiene peso simbólico. El Gobierno regional se desvincula de su criatura,
de la que llegó a poseer el 46%, en la que invirtió 368 millones, para
la que construyó una línea de tren que costó 84 más y una autovía de 24
millones más.
Un paso más en un proceso que huele mal desde que el año
pasado Parques Reunidos, la actual gestora del parque, presentara un ERE
para 88 trabajadores de una plantilla de 500. Desde que la empresa se
hizo cargo, la cantidad de empleados se ha reducido el 40%, y eso ha
supuesto menos servicios, y que muchos trabajadores hayan sido
reabsorbidos como eventuales durante el verano, el único periodo del año
rentable.
Grandes expectativas
Según el plan inicial, a partir de 2003 alrededor del parque iba a
construirse un resort con hoteles, parque acuático y campos de golf, que
acogería a uno de cada tres turistas que viniera a Madrid. Pero desde
el inicio pincharon las expectativas.
Se pidió paciencia para amortizar
la inversión, se culpó al precio del petróleo, a la lluvia, al sol, a la
falta de cultura lúdica europea… Ahora el parque ronda el millón de
visitas anuales (contra los tres previstos) y en 2009, cuando se hizo la
última estimación pública, su deuda rondaba los 200 millones. No hay
datos más fiables porque Parques Reunidos rehúsa dar información que no
tenga fines comerciales.
La operación parque temático despegó en 1996, cuando la Comunidad
compró 544 hectáreas de suelo rústico en San Martín de la Vega.
Gallardón, que pretendía reactivar el llamado Cinturón Rojo, en plena
desindustrialización, aseguró que crearía allí “el parque temático más
importante de Europa”, una instalación que permitiera al “sur de la
región mostrar su capacidad de liderazgo económico con esta apuesta por
una de las primeras industrias del país, la del ocio”.
Los
representantes de la Comunidad viajaron a Estados Unidos para convencer a
los inversores de que Madrid era El Dorado por sus días de sol, las
comunicaciones y su turismo.
Era la época de la explosión recreativa: hasta 129 parques de todo
tipo se levantaron antes de 2008, todos aupados sobre Administraciones
que los apoyaron invirtiendo y arrastrando a las respectivas cajas de
ahorros regionales. Por eso no extraña que Caja Madrid empezara teniendo
un 21% de la Warner.
El proyecto comprendía 720 millones de euros de inversión privada y
1.200 empleos directos, más cientos de miles asociados. San Martín, una
localidad de 10.000 habitantes, iba a cambiar la industria de desguace
por el turismo.
Pero unos inicios más que titubeantes coincidieron con la salida de
Gallardón de la Comunidad y la llegada de Esperanza Aguirre en 2003. A
la presidenta nunca le gustó el parque.
Unos creen que porque era obra
de su rival dentro del PP, otros que no encajaba con sus preceptos,
contrarios a cualquier inversión pública innecesaria (y esa es la razón
de que Eurovegas le parezca atractivo: al proyecto de Adelson se le
regalarán facilidades fiscales, pero no costará nada). Desde el primer
momento anunció que se desprendería de sus acciones “en el momento más
adecuado, puesto que la Administración no tiene por qué financiar
montañas rusas”.
Fadesa entra en juego
‘El Señor de los Anillos’ se quiso instalar en la sierra
Hubo una época en la que España enloqueció con los
parques temáticos. Siguiendo la estela de Eurodisney en París, abrieron
el tarraconense Port Aventura, Terra Mítica en Alicante, Isla Mágica en
Sevilla y la Warner en Madrid. Excepto la experiencia catalana, todos
han acabado necesitando ayudas públicas, pero durante un periodo de 10
años hasta los proyectos más osados parecían destinados al éxito.
En un arranque de optimismo, en 2005 los alcaldes de la sierra norte de Madrid propusieron recrear el universo de El señor de los anillos<>
de Tolkien. Argumentando la similitud entre sus paisajes y los de la
versión cinematográfica que acababa de estrenar Peter Jackson,
impulsaron la llamada Pequeña Tierra Media. “El proyecto, si
sale adelante, creará en la zona 5.000 puestos de trabajo y convertirá
la sierra norte en un inmenso parque donde cada pueblo representará una
localización del libro”, contaba María Eugenia Gaztañaga, a la sazón
alcaldesa de Gargantilla del Lozoya y Pinilla de Buitrago.
El parque se concebía como una ruta por los pueblos
de la sierra, cada uno de los cuales se caracterizaría como un
escenario de la saga (El Berrueco sería Hobbiton; La Hiruela, Rivendel,
la patria de los elfos…). El único problema, al parecer, era que nadie
quería ser Mordor, la casa de los orcos. En cada municipio, según el
texto del proyecto original, “los artesanos de la zona hacen espadas,
sacan miel, venden leche o trenzan las cabelleras como los elfos”.
En el artículo de este diario en el que se recogía
la iniciativa, el alcalde de Buitrago de Lozoya era sincero sobre su
acogida entre los vecinos: “Unos lo han recibido entusiasmados y otros
piensan que vaya tontería que se nos ha ocurrido”.
Un par de años después de su inauguración, el PP dictaminó que el
parque había fracasado y que la opción inteligente era recuperar lo
invertido por medio de los terrenos alrededor del parque aún sin
edificar. A finales de 2006, la presidenta vendió a la constructora
Fadesa su parte de la sociedad que gestionaba el negocio por unos 40
millones de euros.
Tan seductora parecía la perspectiva para una constructora que el
propietario de Fadesa, Manuel Jové, se reservó los terrenos del parque
cuando vendió su empresa a Martinsa. Por supuesto, Bugs Bunny no le
interesaba demasiado, y cedió la gestión de la Warner a Parques
Reunidos, la original fundadora del Parque de Atracciones de la Casa de
Campo y desde principios de siglo una empresa recogedor, propiedad de
sucesivos fondos de capital riesgo que se dedican a comprar parques
ruinosos para recapitalizarlos mediante recorte de gastos.
Jové esperaba
edificar los 667.000 metros cuadrados de suelo para usos comerciales,
industriales y de servicios adyacentes a la guarida del conejo. Hasta
que pinchó la burbuja.
En 2010, en un movimiento desesperado, Jové y
Aguirre incluso intentaron convencer a la Universidad de California para
que abriese allí un campus, aunque el envite quedó en nada. Eso explica
que ahora el parque sea solo un islote sumergido en un mar de terrenos
baldíos esperando una utilidad.
Un par de años después de su inauguración, el PP
dictaminó que el parque había fracasado y que la opción inteligente era
recuperar lo invertido por medio de los terrenos
El miércoles fue el primer día sin tren para la Warner. Sería injusto
juzgar la situación del parque por un día lluvioso no festivo de unas
vacaciones escolares, sobre todo cuando su punto fuerte es el verano. No
había nadie en las colas, sonaba U2 a toda pastilla en el aparcamiento
vacío.
Sí se pueden evaluar las nuevas dificultades que encierra llegar y
volver a él: una espera de 40 minutos entre el tren en Pinto y la
llegada del autobús, otra de casi una hora para hacer el recorrido
inverso, falta de información a los visitantes… “Yo no me quejo de la
lluvia, al revés, para una cosa así es mejor que esté vacío”, contaba
Jaume Subirá, un ilerdense que bajaba por segunda vez de la misma
atracción con su hijo de siete años, “pero deberían enlazar mejor los
trenes y el autobús, porque hemos esperado en Pinto muchísimo”.
Para más
inri, al llegar al pueblo la oferta hostelera de los alrededores de la
estación no presentaba muchas conexiones con un universo de la fantasía,
más con uno de tragaperras y carajillos, así que la mayoría de familias
optaron por sentarse en la acera a esperar el autobús.
Lo visto en el parque encaja con las declaraciones de algunos
trabajadores, que protestan porque la rentabilidad del parque ha subido
en los últimos años gracias a los recortes en personal y sus salarios.
En concreto, Comisiones Obreras relaciona las ganancias de cinco
millones de euros del último ejercicio con una bajada de la masa
salarial del 40% la década pasada. Lo cierto es que por las calles del
parque no circulaba ningún Pato Lucas de peluche que intentara abrazar a
los niños. Ya solo actúan en verano.
De lo que tampoco cabe duda es de que los niños se divierten. Corren
excitados para entrar a la casa de Scooby Doo, mientras grupos de
adolescentes en viaje organizado se sacan fotos como japoneses delante
de las atracciones más altas. “¡Esto es la caña!”, resume Leire, venida
de Valencia, sus experiencias en la montaña rusa.
Cuando ella se baja
los carros de la atracción vuelven a subir, esta vez ocupados por un
grupo de adolescentes británicos que parecen ensayar vaciándose los
pulmones para futuras hazañas en los bares de Salou, una oferta
turística que sí que parece de momento imbatible.
No hay colas, no hace
calor y el cielo encapotado parece un mal asumible. “A un sitio así no
se viene para ser crítico”, concede Paloma Cuartas, llegada desde Madrid
por tren y bus pastoreando a cinco niños desatados como cinco demonios
de Tasmania.
Hace 10 años, el día que fue inaugurado el parque, también cayó un
tremendo chaparrón sobre los congregados: una extraña mezcla de
autoridades y ejecutivos estadounidenses escoltados por el Gallo
Claudio, la Guardia Civil de San Martín y Bo Derek. Estos días sigue
lloviendo sobre la Warner.
Poco a poco se ha convertido en lo que a
menudo terminan siendo los parques de atracciones: un lugar que puede
decepcionar a los adultos porque no es lo que se esperaba, pero al que
siguen llevando a los niños porque se divierten como locos.
Ellos siguen
jugando ajenos a cualquier consideración, incluso a las fábulas del
ladrillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario