Rubén Uría
Anfield cimentó su leyenda merced a un letrero mítico: 'This is Anfield'. Un mensaje que dejaba bien claro a los jugadores del Liverpool a quién representaban y que advertía a sus rivales acerca de contra quién se iban a enfrentar.
Los libros de historia cuentan que ese fue un pequeño gran detalle en la legendaria historia del Liverpool, un club pequeño que persiguió sus sueños hasta hacerlos realidad. Esa esencia la recogió anoche el Mirandés. Su lema, 'Esto es Anduva'. Un mensaje que deja bien claro a sus jugadores a qué pueblo representan y que advierte a los rivales sobre contra quién tendrán que vérselas.
Un pequeño gran detalle para un equipo modesto que, cuando sueña en voz alta, lo hace con una intensidad contagiosa. El Mirandés, matagigantes copero, David rojillo en el Valle del Ellah, se ha colado en semifinales de la Copa del Rey.
Un Segunda B que lo consigue vengando a aquel Numancia que cautivó los corazones de España.
Ni un equipo honrado y peleón como el Espanyol, ni un arbitraje nefasto en la ida, ni una parada bestial de Kiko Casilla que parecía frustrar todo, fueron lo suficientemente fuertes como para lograr que el Mirandés renunciara a su sueño. El milagro se hizo carne en el alargue. La ficción superó la realidad. Por una vez, la carroza de Cenicienta no se había convertido en calabaza.
Mirandés, modesto entre gigantes, hacía realidad el sueño. Lo hacía con generosidad, con grandeza, con buen fútbol y sin recurrir a victimismo arbitral que algunos grandes hacen suyo de manera infame y con un punto de rebeldía extraordinario. Fue una noche para pequeños gigantes. Bajo el cielo estrellado de Miranda de Ebro, el fútbol descubría una de las páginas más emotivas de su historia.
Una gesta que rinde tributo y sentido homenaje a todos esos Pablos Infantes de la vida que no llegaron a Primera, a pesar de haberse esforzado como titanes en esa tarea. La noche en que David fue rojillo y derribó a Goliat, al grito de 'ahí va el Ebro', el fútbol redescubrió la verdadera magnitud de la grandeza del deporte.
Una de esas noches donde el gentío se agolpa en un gradón, aterido, con una ilusión; una de esas noches donde las vallas de publicidad están pegadas al verde, donde los aficionados pueden tocar a sus ídolos en cada saque de banda y donde los goles llevan regusto a bocadillo de calamares, envuelto en papel albal.
Diego Armando Maradona decía: 'El fútbol puro es lo mejor. No se juega por plata, sino por el sándwich y la Coca-Cola'. Ayer el Mirandés jugó con ese espíritu, el del fútbol puro. Peleó, pulgada a pulgada, en una de esas noches donde se juega por el honor y la Coca-Cola. Su premio fue la inmortalidad.
Una gesta que rinde tributo y sentido homenaje a todos esos Pablos Infantes de la vida que no llegaron a Primera, a pesar de haberse esforzado como titanes en esa tarea. La noche en que David fue rojillo y derribó a Goliat, al grito de 'ahí va el Ebro', el fútbol redescubrió la verdadera magnitud de la grandeza del deporte.
Una de esas noches donde el gentío se agolpa en un gradón, aterido, con una ilusión; una de esas noches donde las vallas de publicidad están pegadas al verde, donde los aficionados pueden tocar a sus ídolos en cada saque de banda y donde los goles llevan regusto a bocadillo de calamares, envuelto en papel albal.
Diego Armando Maradona decía: 'El fútbol puro es lo mejor. No se juega por plata, sino por el sándwich y la Coca-Cola'. Ayer el Mirandés jugó con ese espíritu, el del fútbol puro. Peleó, pulgada a pulgada, en una de esas noches donde se juega por el honor y la Coca-Cola. Su premio fue la inmortalidad.
Rubén Uría / Eurosport
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