domingo, 29 de enero de 2012

Rubén Uría._ A contracorriente

 

Atrapado por un sistema devorado por la crisis, este país asiste, aterrorizado, al drama de cinco millones de parados y la triste realidad de Spanair, una aerolínea en quiebra que provoca situaciones surrealistas: personas que pierden sus vuelos para ir a trabajar, recibiendo atención de otros que perderán su trabajo. 

Quizá por eso España se refugia — siempre lo ha hecho- en el lado más soleado de la realidad, el pan y circo del fútbol. El mejor Madrid, eliminado de la Copa por el peor Barça, camina con paso firme en la Liga, aumentando su renta con los culés hasta los siete puntos. Brecha o abismo, el tiempo dirá.  

Con la enfermería repleta, lastrado por la ausencia de Iniesta — caprichos del bíceps femoral-, con Alexis renqueante y con el grupo magullado por su falta de brillo ante el Madrid, el Barça volvió a recibir otro golpe en su fortaleza psicológica. Condenado a una sangría de puntos como forastero, el Barça se aplicó en la tarea de revertir su propia desdicha lejos del Camp Nou, pero no encontró el modo de descerrajar la marea amarilla. 

Mereció la victoria, pero no tuvo el vuelo de las grandes ocasiones, estuvo desenfocado durante demasiados minutos y acabó estrellándose contra Diego López. La doble T (Thiago y Tello) revitalizó las constantes vitales de un equipo que siempre fue constante de que, en caso de no ganar, el Madrid de Mou abriría boquete en la tabla y el debate sobre su supremacía volvería a abrirse, como un melón. Así fue.


Messi, hastiado por un marcaje severo, trató de acudir al rescate, pero anuló los efectos de su magia con dos características impropias de su potencial:  en el verde estuvo voluntarioso pero falto de pegada y en la zona mixta estuvo menos elegante que en otras ocasiones, opinando sobre un árbitro al que tachó de soberbio. Signos evidentes de frustración y desgaste. Fábregas, referencia y pieza clave como falso nueve, encontró peor fortuna para el remate que su socio habitual, Messi. 

De haber tenido más tino, habría certificado una trabajada victoria en El Madrigal. No la tuvo y perdonó a puerta vacía, para desesperación de sus compañeros. Alves, objeto del mal gusto del portavoz de Mou en las redes sociales, apuntaba dos conclusiones: Una, 'aquí no se tira nada'. Dos, 'hemos perdido el equilibrio fuera de casa' . Dos plenos. 

El Barça se fue de  Villarreal sabiendo que le espera una tarea hercúlea: sobreponerse a su trauma como visitante — una derrota, cinco empates- y acelerar para culminar una remontada que sea capaz de amenazar al implacable Madrid de Mou, que colecciona un rosario de triunfos, récords y estadísticas de impresión.


Las trompetas del fin de ciclo suenan. Los profetas del apocalipsis culé están de fiesta. Mermado, sin una pizca de confianza y sin otra de remate, el Barça se ha condenado a remar contra corriente. 

Y el Madrid se acerca a la orilla. Suficiente para hacer ruido mediático y volver a poner en solfa el modelo y la idea futbolística culé. Hay quien apunta que las secuelas de la Copa están pesando en la balanza y que la fatiga se está merendando a un Barça que pierde retórica en su fútbol y potencia en su línea de fuego. 

Incluso hay quien se anima a dar la Liga por perdida, coronando campeón en enero al Madrid. Guardiola, modélico en lo bueno y en lo malo, no cambia de discurso: 'Creo en estos jugadores. Preferimos estar en todas las competiciones: cuatro años jugando cada tres días. Aunque la Liga se vea hoy de un solo color, queda mucho por jugar'. Mal haría el Madrid en fiarse.

Si había un equipo capaz de remontar una eliminatoria torcida en el Camp Nou, ese equipo era el Madrid. Casi lo logró. Y si hay un equipo capaz de remontarle siete puntos de renta a este Real Madrid imponente,  ese equipo es el Barça.  Guardiola lo sabe. Mourinho también.  Saben más que el resto.

Rubén Uría

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