En plena Gran Depresión se produjo una masiva migración de la miseria desde los estados centrales de Estados Unidos, Tejas, Kansas y Oklahoma, a la fértil y boyante California, tierra de la fruta y miel, paraíso prometido de los desheredados. Cientos de miles de campesinos y granjeros arruinados, los llamados okies, emprendieron con sus familias un largo y proceloso viaje hacia el Oeste en busca de un trabajo para sobrevivir en la costa del Pacífico.
Una serie de catástrofes naturales, sobre todo, tormentas de polvo y arena, fueron los desencadenantes de la ruina de estas gentes, azuzada por la codicia de los bancos en los que habían hipotecado sus tierras para poder comer. El Nobel John Steinbeck inmortalizó ese drama magistralmente en su novela Las uvas de la ira, llevada al cine en 1940 por John Ford, un filme antológico protagonizado por Henry Fonda.
"¿Cómo se puede asustar a un hombre que carga con el hambre de los vientres estragados de sus hijos además de la que siente en su propio estómago acalambrado?", clama uno de los personajes. "No se le puede atemorizar, porque este hombre ha conocido un miedo superior a cualquier otro".
Estos días se vive en Valencia una versión minimizada y por fortuna sin consecuencias trágicas de la pugna entre campo y banco, que enfrenta a un grupo de vecinos de Benimaclet deseosos de recuperar zonas de huerta degradada con una poderosa entidad financiera. Las habas de la ira. El terreno de la discordia es una parcela de 4.000 metros cuadrados integrada en un PAI congelado hace más de 17 años en la Ronda Norte, cerca de la Avenida de Valladolid.
Un grupo de personas del barrio, respaldado por la Asociación de Vecinos y otros colectivos vecinales, decidió acondicionar la zona y dividirla en pequeñas parcelas de 60, 80 y 90 metros cuadrados de huerta no venal para el autoconsumo.
Son unos 300 labradores amateurs asesorados por auténticos horticultores de toda la vida los que se disponían a recuperar el placer de cultivar sus propios tomates, lechugas…y habas. El suelo estaba preparado para la siembra, pero hace una semana, aproximadamente, encontraron el terreno vallado y la tierra revuelta. El banco dijo no y frustró su ilusión.
"Nuestro proyecto no perjudica para nada al banco", afirma Antonio Pérez, presidente de la Asociación de Vecinos de Benimaclet. "Estamos dispuestos a aceptar la cesión del suelo en precario hasta que ellos lo necesiten y eximirlos de cualquier responsabilidad derivada de su uso. Incluso podría dar una buena imagen que un gran banco apoyara iniciativas como ésta, que buena falta les hace un poco de buena prensa a las entidades bancarias".
Apoyados por el Ayuntamiento de Valencia, por el histórico Tribunal de las Aguas y otras entidades cívicas, los vecinos de Benimaclet levantan la hoz y la azada contra el imperio bancario, siempre de forma democrática y respetuosa, naturalmente. Es de esperar que el BBV entre en razón y tras las negociaciones a alto nivel previstas, dé vía a libre para que esas familias cumplan su ilusión.
Hay que defender y propagar la propuesta verde y ecológica de los huertos urbanos. Son una fórmula fácil y práctica para rehabilitar muchos espacios degradados que salpican los barrios de la ciudad. Agujeros negros en forma de solares yermos o invadidos de malas yerbas, que las inmobiliarias arruinadas no han urbanizado convenientemente. ¿Qué mejor solución que plantar en ellos judías, alcachofas y repollos?
A la opción de huertos urbanos se suma la de los huertos rurales, como la promovida por el Ayuntamiento de Massamagrell, que ha sorteado entre los jubilados y pensionistas del municipio una serie de parcelas para que las cultiven durante dos años como hobby, terapia ocupacional y forma de relación social. Un buen ejemplo a seguir. Volvamos a las raíces, bulbos y rizomas.
Practiquemos el huerting. Que nos lleven al huerto de las habas del placer, que no de la ira. Ya que entre todos, unos más que otros, claro está, nos hemos cargado la huerta circundante, no estaría mal que entre algunos se recuperara parte de ese paisaje perdido.
Como fuente de alimento saludable, punto de encuentro y terapia vecinal, y también algo muy importante: tener algo bello que ver, un descanso para la vista, en medio de la creciente fealdad y grisura que invade la ciudad, atestada de coches malolientes y motos ruidosas.
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