Por Miguel A. Herguedas
Es el único que siempre ha mirado al Madrid de igual a igual, incluso por encima del hombro, con esa seguridad rayana en la insolencia. Es el enemigo enconado, el reverso tenebroso de la fuerza, el Bayern de Múnich. Palabras mayores en la Copa de Europa, testigo de ocho eliminatorias en 36 años, con cuatro triunfos por bando. Por eso, ni el madridista más fervoroso debería fiarse de la actual superioridad de su equipo. Enfrente, en el Allianz Arena, aguarda una fiera tan cabezota como siempre.
"Estamos a su nivel", avisaba hace unos días Uli Hoeness.
"Son un equipo normal, un gran equipo, pero normal.
Su éxito se basa en
el trabajo, pero no tienen la genialidad del Barcelona", añadía Franz Beckenbauer. ¿Imaginan un desafío similar en la boca de Pep Guardiola? ¿O en Arrigo Sacchi en 1989? ¿O en Alex Ferguson
en 2000? No, porque esa autoridad es patrimonio del Bayern, con la
final del 19 de mayo entre ceja y ceja desde hace meses. Poco parece
importarles su debilidad atrás ante el ataque más productivo del
continente. O su debacle en la Bundesliga en apenas cuatro días.
Esta
vez, pese a partir en desventaja, querrán aprovechar las transiciones
de Robben, Mueller y Ribéry o el poderío de Mario Gómez en el área. Y por encima de cualquier cosa, se aferrarán a ese espíritu que siempre exhibieron ante el Madrid. El único rival que, como ellos, hizo de la fe bandera. Aunque fuera a mamporros.
Klaus Augenthaler.
Hay precedentes para todos los gustos. De Camacho a Salihamidzic, de Hugo Sánchez a Gerd Mueller, de Roberto Carlos a Augenthaler, de Juanito a Kahn.
Insultos, provocaciones y sangre derramada. 18 partidos oficiales, con
10 victorias bávaras y dos empates. Por no mencionar otros amistosos que
parecieron la guerra.
Desde el bochorno del 9-1, en una infausta
matinal en el Olímpico (agosto de 1980) hasta los accidentadísimos Trofeos Bernabéu, con lanzamiento de objetos, gestos obscenos y
demás incidentes. En 1981, en la final de consolación ante el Dinamo de
Tiflis, los alemanes se marcharon al vestuario un minuto antes del
descanso. Todo porque Pes Pérez expulsó a Rummenigge y Breitner perdió los nervios con el árbitro aragonés.
Cuatro años tardó el Bayern en pisar de nuevo ese césped, también en verano, con una gran remontada blanca (4-2). Y para más Copa de Europa hubo que esperar hasta 1987, con el 4-1 de los temblores de Mino, cuando Augenthaler se llevó los dedos a las sienes imitando a un toro tras el pisotón de Juanito a Matthäus.
En la vuelta, a la media hora, el capitán abofeteó a Hugo Sánchez, que
le mentaba por igual a su padre y a su madre. Tras consultar con el juez
de línea, Michel Vautrot le enseñó la roja y Klaus,
fumador y socarrón, con su peinado 'mullet', se marchó a la caseta
mientras reiteraba los cuernos a todo el Bernabéu. De nada serviría el
gol de Santillana, porque Jean-Marie Pfaff rindió como nunca bajo los palos.
La pesadilla de aquellas paradas se revivió en 2002, esta vez con Kahn sacando los puños. "En Madrid no me marcan dos goles ni loco", retó el portero, aún molesto por los taconazos de Zidane, Figo y compañía en el Olímpico, donde Effenberg y Pizarro, en 10 minutos de locura, culminaron un 2-1 cimentado en el estilo vertical de toda la vida. "Si se les presiona, se cagan en los pantalones", abundó Salihamidzic.
Quince días después, Helguera y Guti cerraron la boca al campeón germano, con otro 'ogro' en nómina como Elber.
Maier se defiende de la agresión del hincha en el Bernabéu en 1976.
Gastaba mala uva el ariete brasileño, verdugo de la semifinal en 2001, un injusto 0-1 con error de Casillas.
Aunque no tanta como Van Bommel,
autor de soberano corte de mangas en 2007 al anotar casi en el
descuento el 3-2.
Renta demasiado corta, como se demostró después en el
Allianz, cuando Roberto Carlos regaló un balón tras el saque de centro y
Makaay alcanzó el delirio a los 11 segundos. Otro gran
delantero el holandés. En la estirpe de Gerd Mueller, un tipo que
apenas superaba el 1,70, pero que cerró su carrera con 735 goles en 793 partidos oficiales. Al lado de Uli Hoeness, Sepp Maier y Franz Beckenbauer marcó una época a mediados de los 70.
Ese primer capítulo es asimismo el último de esta
historia. Una noche primaveral de 1976 en Chamartín, con un Real mermado
por las lesiones de Pirri y Breitner, brillante al comienzo y desfondado después (1-1). El grupo de Miljanic sólo tuvo fuerzas para señalar a Erich Linemayr, impávido ante un penalti de Schwarzenbeck
a Santillana.
Tanto se encresparon los nervios que un energúmeno saltó
al campo para liarse a puñetazos con el árbitro austriaco y el '9'
alemán. Quizá por ese acicate, el Torpedo selló el 2-0 con un doblete en
la vuelta, paso previo a la final de Hampden Park, escenario de la tercera de las cuatro Copas de Europa del gigante de Baviera.
Para evitar la quinta ha viajado el Madrid a Múnich, donde únicamente rascó un empate en sus nueve visitas y donde este año los chicos de Heynckes lo han ganado todo en Champions. Espera el gran clásico europeo, una nueva batalla sin cuartel entre dos clubes nacidos para odiarse. Lo llevan en el escudo.
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