Distraído por la final de la Europa League, se deja empatar por la Real y pierde casi toda su opción de ir a la Champions
La final de Bucarest nubló la voluntad del Atlético,
que aún tiene una larga lista de objetivos domésticos no resueltos. Ese
partido contra el Athletic, la excitación del futuro y la copa a la
vista confundieron a los rojiblancos ante la Real Sociedad, un equipo escaso de recursos. Distraído y sin fijeza,
concedió el Atlético su regalo tradicional. Un gol en el tiempo extra
que compromete y casi anula su opción de acudir a la próxima Champions.
Una
final tiene todos los aditivos para condicionar ideas, pensamientos y
obras. En el fútbol no es lo mismo intentar convencer al personal con la
manida frase de costumbre —«a partir de ahora todas son finales para
nosotros»— que atestiguar la presencia en una final con mayúsculas.
Tiene el Atlético un partido cumbre a las puertas y lo demás parece
reciclado a beneficio de inventario.
Motivación por un lado y excusa por otro. El Atlético pensó más en Bucarest,
el Athletic y la Europa League que en la Real Sociedad. Se midió a un
equipo sin alicientes a la vista, pero fue incapaz de concentrarse en el
asunto de primera necesidad: un puesto en la Liga de Campeones.
Tuvo el encuentro un aire anodino, medio
insípido y pelín mortecino que desesperó primero a Simeone y luego a la
grada. En el minuto 42, después de una ocasión de Illarramendi, el
Calderón aplicó un suave correctivo a sus jugadores: leve sinfonía de
pitos al pésimo juego. La tarde se torcía y Simeone se levantó de su cubículo para reclamar aplausos y ánimo por encima del fastidio.
El Atlético tuvo muy poco, casi nada, en el primer tiempo. Ni la renombrada furiaque
ha impregnado su entrenador, ni toque o algo parecido a la combinación,
ni tensión ni nada. Tampoco la estrategia para aliviar la situación. El
Atlético, sin Diego, divagó por los caminos de la espesura hasta que
comprendió que estaba en un problema.
Permanecía
el encuentro anestesiado, con la Real apurando un dominio ficticio. No
se lo creía y tampoco sabía qué hacer con el gobierno del balón. La actividad febril de Zurutuza resultó
efectiva frente a unos enemigos distraídos, sin chispa para ganar las
pelotas sueltas. Prendía el duelo del típico detalle, la jugada parada
que resolviese tanta carencia.
La balanza se desniveló por un destello del protagonista inesperado,
Gabi. La clase de futbolista que nunca llama la atención y que por su
falta de ruido mediático da la impresión de no estar. Largó un gran
disparo desde fuera del área, potente y colocado después de un buen
recorte, y el Calderón respiró. La Real tampoco parecía gran cosa.
Sucedió lo de siempre en el Calderón, el viejo fatalismo que
ni Simeone será capaz de arreglar mientras viva. El técnico cambió a
Falcao por Godín después de la expulsión de Gabi (doble amarilla) y el
equipo se volcó a hacia atrás, hacia un endeble Courtois. Apretó la Real
por pura inercia, por la profesionalidad de su oficio y al quinto
córner consecutivo, desarmó al Atlético. Un despeje blando de Juanfran,
unas manos aún más flojas de Courtois y el remate de Vela, llorando al
gol.
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