domingo, 8 de enero de 2012

Los españoles de 25 a 35 años no deben permitir este insulto

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El mayor inconveniente para la generación de empleo de calidad en nuestro país radica en la cantidad de mentiras que venimos arrastrando acerca de nosotros mismos y de las inútiles prevenciones, que acerca de nuestras capacidades aceptamos. Las tesis oficiales van desde que el socialismo destruye empleo y el liberalismo lo crea; o la perniciosa interacción entre capitalismo financiero y casta política; o de que no somos emprendedores; o de que los ciclos económicos son inevitables y determinantes, gobierne quien gobierne. 
 
Y puede que éstas y otras al uso, pudieran tener sus fundamentos estadísticos. Pero sean galgos o podencos quienes nos persiguen, en poco nos aliviaría una posición doctrinal al respecto. Lo importante, como decían las liebres del cuento, es huir de sus fauces. Ya que a menos empleo, inevitablemente se produce un mayor déficit, remediable solo con mayores impuestos y recortes de bienestar social.

Se preguntarán cómo la misma economía que ha eliminado más de 300.000 cotizantes en 2011, puede crearlos sin que el escenario pueda cambiar. Obama, De Guindos y Montoro, piensan igual, que cuanto más se facilite la contratación, más empleo se creará. Pero si nos asomamos a lo que puede significar este tipo de razonamientos desesperados en términos de calidad, la propuesta deja de tener atractivo: son solo insultantes propuestas basura para gentes que ya han perdido su dignidad profesional.

Obama, De Guindos y Montoro, piensan igual, que cuanto más se facilite la contratación, más empleo se creará

No es la primera vez que España se encuentra hundida en la mismísima 'mierda', sin capital ni crédito. En la práctica, ya hemos hemos salido de peores pozos que el de la pobreza tecnológica que nos venía caracterizando. Y salimos por carácter, por coraje y necesidad. Seguramente los padres de quienes hoy tienen entre veinticinco y treinta y cinco años, nacieron en los 40 y 50. 
 
Mírenles bien porque no siempre fueron los triunfadores que aparentaban ser hasta ahora. Muchas lágrimas en esas mejillas, muchas noches de incertidumbre, muchos huecos en esa despensa. Pero han llegado hasta aquí. Frente a la situación presente, carecían de lo más elemental. Antes de este apreciable relajo final, hicieron gala de lo que hombres y mujeres han de tener para superar sus conflictos. Y de paso, pensaron que añadiendo a sus hijos una buena formación e idiomas, no tendrían que pasar por tan tortuoso camino.

Y tenían razón, pero entregados a la magia de aquella anhelada Transición, se descuidaron en la vigilancia y delegación, y un buen día, dos infaustos ministros antagonistas, acabaron con la separación de poderes; otro día morderían el cebo de nuestra desindustrialización, convirtiéndonos en meros consumidores de cuanto fabricaban nuestros socios comunitarios; otro día se creyeron por encima de la ley para combatir el terrorismo; otro, suprimieron los controles en los ayuntamientos, donde extendieron facultades urbanísticas en 8.000 municipios, contrataron irracionalmente un millón de funcionarios amigos, y recompensaron a cuantos trabajadores gozaban de apoyo sindical, con una vida regalada. Se malversó y despilfarró en casi todo cuanto se intervino, en una búsqueda desaforada de poder y control del dinero. Muchos fueron los profesionales que se resistíeron y fueron excluidos del reparto, cuando no represaliados.

Hoy exigimos nuevos gestos, no solo contemporizar con impuestos equivalentes a los de nuestros países acreedores. Queremos, además de esa obligada armonización fiscal, una rectitud, honradez y orden que nos lleve al equilibrio presupuestario y a no tener que vivir con esta perpetua agonía del impago, cuando lo que tributamos debería dar de sobra para cuanto percibimos, sin mayor endeudamiento. Y por supuesto que, siendo este nuevo Gobierno objetiva -y provisionalmente- más competente que el anterior,
de ahí a crear el  tipo de empleo que deseamos, media un inevitable esfuerzo personal por conseguirlo.

Lo que haga el Estado, no es bastante, en ninguna parte. Siempre será necesario el sentido del riesgo y oportunidad de sus jóvenes, su emancipación familiar y empresarial, su coraje y sacrificio para echar andar de nuevo un país que, como el de sus padres, carecía de ahorros y crédito. Un país en el que explorar todas las sinergías posibles, en el que aprovechar cualquier nicho de mercado, cualquier activo sin rendimiento para superar cuantas barreras intelectuales nos hemos creado, cuantas barreras artificiales hemos construido con el autonomismo y la súper-burocracia.

Pensemos por un minuto en el talento y esfuerzo de nuestros principales exponentes empresariales, nacidos en aquellas épocas de penuria. Frente a ellos, no hay excusa posible.

Coraje colectivo, pues,
para exigir a un gobierno que ha tenido tiempo suficiente de asimilar un problema y de escoger los mejores remedios a su alcance. Y coraje individual, para formarse al máximo y perseguir ideas, activos infrautilizados, sinergías locales e internacionales, que más que nunca nos facilita internet.

No podemos esperar a que el empleo digno nazca de ese contingente de oportunistas sin verdadera moderación ni arrepentimiento

No basta con el talento, se necesita la voluntad. Probablemente la vergüenza salarial y la insultante precariedad de las contrataciones, provoque en nuestra sociedad una respuesta positiva con la que remallar el tejido pyme que nos sacó de anteriores calamidades y nos dio el halo de dignidad con el que volver a caminar erguidos frente a nuestros detractores.

Por supuesto hay facturas que revisar aún en la política, las finanzas, las administraciones y en la evaporación fiscal, con posibles acciones a emprender. Pero no podemos esperar a que el empleo digno nazca de ese contingente de oportunistas sin verdadera moderación ni arrepentimiento.

Nuestro i+d, puede que no sea muy sofisticado, que solo sea dar un grito y echarnos el país a la espalda, demostrando que nuestra principal especialización tecnológica, consiste en salir adelante como podamos y por narices. Sea cual sea el entorno resultante, frente al dolor y al insulto que se nos avecina, urge una enérgica respuesta personal.

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