viernes, 27 de abril de 2012

Guardiola: Por amor al fútbol

Orfeo Suárez

Llegar al banquillo del Barcelona se convirtió en una obsesión para Guardiola de la misma forma que abandonarlo desde el primer día en que se sentó en la banda del Camp Nou.

 Es un conocedor tan profundo de la naturaleza del fútbol, de los polos de una pasión que eleva y destruye, que ama y odia en idénticas proporciones, que quiere evitar la dinámica de un proceso que considera inexorable.

 En realidad, piensa que, a pesar de las victorias, nada ha cambiado, y por ello quiere evitar lo peor de este idilio con su profesión y su club. Aunque parezca un contrasentido, Guardiola dice no por amor al fútbol, por amor al Barça.

Como futbolista, asistió al cruento final de Cruyff, con pañuelos en las gradas, en un club en el que desde los tiempos de Suárez y Kubalapermanecen escondidos Caín y Abel. En eso, el Barça es muy español. Como jugador en activo, decidió cuándo marcharse, antes, en su opinión, de que la grada tuviera la tentación de hacerlo. 

Ahora se atiene a la misma intuición, pero con mayor urgencia por el tremendo calado de su obra. No quiere correr el riesgo de estropearla para esperar a la que la historia le absuelva. No quiere verse enfrentado a los suyos. No quiere que su otro yo traicione al Guardiola que quiere ser, en el lugar en el que nació, en el que quiere vivir y en el que desea que crezcan sus hijos.




La falta de sintonía con Sandro Rosell y la mayor proximidad a Joan Laporta o Cruyff, con los que ha mantenido sus citas, no son, en mi opinión, relevantes en su decisión, aunque quizás no formara el mejor marco para la entrada en un ciclo no tan triunfante, en la normalidad de un equipo ganador sin serlo siempre, porque todo lo anterior ha sido el amor perfecto, la utopía. Tampoco las astronómicas ofertas económicas, aunque en alguna ocasión haya observado el sueldo de Mourinho y se haya preguntado por una diferencia que no se correspondía con los resultados.

Donde sí se ha mirado todas las mañanas es en el espejo, y éste le hablaba de su desgaste, de su envejecimiento. El carácter obsesivo también le ha llevado a interpretar su trabajo de forma estajanovista, con dificultades para delegar, lo que lamentaban Estiarte o Zubizarreta por la energía que le arrebataba. Lo admitía, pero le resultaba inevitable, víctima de sí mismo.

 El propio Guardiola se describió como un anacoreta durante su condecoración en el Parlament, encerrado en su despacho en los bajos del Camp Nou, frente a un vídeo, sin saber si anochecía. Su familia ha padecido esa entrega, pero tampoco se trata de la causa fundamental. Estiarte dice que Guardiola tiene en casa mujer y madre a la vez, el equilibrio perfecto.

Otra relación, en cambio, sí ha sido fundamental para sus decisiones, y es la que ha tenido con sus futbolistas. Es tan consciente de su exigencia, de su pasión, de su obsesión, que sabe lo agotadora que es para sí mismo y para quienes le rodean. La ha testado día a día y cree que puede estar próxima a rebasar el vaso. 

Hace un tiempo, Guardiola leyó la biografía de Juan Belmonte, escrita por Manuel Chaves Nogales, y creyó encontrar una interesante interpretación del efecto devorador del éxito en las otoñales reflexiones de este matador de principios del siglo XX. Belmonte fue un hombre autodidacta, un alquimista del triunfo de origen muy humilde que llegó a codearse con Valle-Inclán o Julio Romero de Torres

Quiso que el mundo que se abría más allá del albero le diera perspectiva. Guardiola es hijo de un albañil, de un 'paleta', que ha sumado de todas las experiencias posibles, también del mundo de la cultura. Habla mucho, pero tiene una cualidad: sabe escuchar. A menudo se ha frivolizado con su calado intelectual, algo que en privado niega. No lee todo lo que quisiera.



Arrigo Sacchi, junto a George Weah.

 
Su amor al fútbol está antes que su amor a la victoria, como el juego está antes que el gol, pero sabe que el primero no puede vivir sin el segundo. 

Mourinho, por ejemplo, hace el mismo recorrido, pero al revés. Entrenador ya cuando era futbolista, como explican los técnicos a los que se enfrentaba por lo mucho que les preguntaba, ha querido siempre sentirse parte de lo que sucedía en el terreno de juego, intervenir, sentir que podía hacer variar las cosas. Eso le ha llevado a tratar el juego como un artesano, como un orfebre, pero con los objetivos de un científico.

En mi opinión, más allá de los títulos, su Barça pasará a la historia por su contribución a la evolución del fútbol, lo mismo que la Máquina de River, el Ajax de Cruyff, el Madrid de Di Stéfano o la Quinta del Buitre, el 'dream team' y el Milan de Sacchi, entre otros. Ha alcanzado el privilegio de quienes han sido reconocidos, pero, en realidad, piensa como quienes no lo fueron en su tiempo.

 Como Galileo tras ser condenado por la Inquisición. Si entonces, el italiano dijo de la tierra 'eppur si muove', y sin embargo se mueve, Guardiola dice en silencio de su Barça: 'Y sin embargo perderemos, y, sin embargo, me odiaréis'.

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