El suizo se alza sobre la lluvia y el frío para derrotar 6-3 y 6-4 a Nadal al aire libre
Es la primera vez que esto sucede desde 2009
Pasó de todo. El duelo de semifinales entre Rafael Nadal y Roger Federer empezó con horas de retraso por la lluvia. El agua obligó a interrumpirlo cuando el suizo ya había hecho suya la primera manga, y luego cuando disfrutaba de punto de partido (6-3, 5-4 y 40-30). El viento sopló alterando la dirección de las pelotas. Por encima de todo eso, el público disfrutó de un pulso delicioso, que coronó 6-3 y 6-4 al campeón de 16 grandes, que llevaba desde 2009 sin ganar al español un duelo al aire libre.
El suizo, de 30 años, firmó un partido fantástico, pleno de golpes cuando todo le sonreía, de tripas cuando le apretaba su heráldico contrario, y de deseo de victoria. Antes de enfrentarse hoy en la final al estadounidense John Isner, Federer suma 38 victorias en los últimos 40 partidos.
Sin un grande conquistado en los dos últimos años (Abierto de Australia 2010), la estadística sugiere que sus piernas sufren a cinco mangas y vuelan por los tres parciales que definen el resto de torneos, en los que sigue dictando cátedra. Nadal le sufrió de lo lindo.
El campeón de 16 grandes salió como un huracán. Incontenible. Cuando Nadal empezó a hacerle un traje desde el fondo (15-40 de arranque), el suizo se revolvió con una batería de servicios maravillosos que le sirvieron de lanzadera para el resto del partido. El mallorquín quería ritmo. El de Basilea, velocidad. Se impuso la propuesta del suizo, que con una cadencia supersónica fue poniéndole su sello a todos los puntos importantes. Nadal, maniatado, pudo arrancar 3-0 (tuvo dos bolas de break, 30-0 con su saque, ventaja con este y 0-30 en el siguiente de Federer) y en un visto y no visto se encontró 0-3.
El marcador ponía a prueba la cabeza del número dos mundial. Cuando consiguió equilibrarlo (3-3), expresó en cifras lo que se veía sobre la pista: un duelo peleado de poder a poder, intenso y lleno de aristas, a la altura de una rivalidad legendaria. La reacción de Nadal, sin embargo, no fue más que una espuela en el espíritu de Federer. Desde ese punto, el suizo estuvo chispeante, simplemente fantástico, disparando un golpe ganador tras otro, algunos en posiciones inverosímiles. Del diálogo se pasó al monólogo. De la lluvia surgió un rayo. Federer.
Ninguna de las dificultades que rodearon al encuentro, la lluvia, el frío o el viento, afectaron a Federer, que solo dudó cuando ya todo era suyo: dejó que Nadal le devorara en la primera ocasión que servía por el encuentro (6-3, 5-2 y saque).
Pese a las dudas finales, fruto de tantas remontadas previas del mallorquín, acabó imponiéndose tras algunos minutos magistrales, elegantes, brillantes y propios de un tenista que se siente fuerte. Durante grandes tramos del partido, y salvo esos instantes finales en los que sufrió ostensiblemente, fue un Federer de cuerpo entero.
Un placer para la vista, un regalo para los espectadores y un castigo para Nadal, quien, sorprendentemente, se ausentó de la pista para ir al vestuario (6-3 y 5-4) antes de que su contrario sacara por segunda vez para ganar el partido.
Llegó entonces la lluvia. Se suspendió el duelo cuando tenía el suizo bola de partido (6-3, 5-4 y 40-30). Hubo unos minutos de suspense. Lo cerró Federer con clase: un ace y a pensar en Isner, que le ganó la última vez que se enfrentaron (primera ronda de la Copa Davis).
El suizo, de 30 años, firmó un partido fantástico, pleno de golpes cuando todo le sonreía, de tripas cuando le apretaba su heráldico contrario, y de deseo de victoria. Antes de enfrentarse hoy en la final al estadounidense John Isner, Federer suma 38 victorias en los últimos 40 partidos.
Sin un grande conquistado en los dos últimos años (Abierto de Australia 2010), la estadística sugiere que sus piernas sufren a cinco mangas y vuelan por los tres parciales que definen el resto de torneos, en los que sigue dictando cátedra. Nadal le sufrió de lo lindo.
El campeón de 16 grandes salió como un huracán. Incontenible. Cuando Nadal empezó a hacerle un traje desde el fondo (15-40 de arranque), el suizo se revolvió con una batería de servicios maravillosos que le sirvieron de lanzadera para el resto del partido. El mallorquín quería ritmo. El de Basilea, velocidad. Se impuso la propuesta del suizo, que con una cadencia supersónica fue poniéndole su sello a todos los puntos importantes. Nadal, maniatado, pudo arrancar 3-0 (tuvo dos bolas de break, 30-0 con su saque, ventaja con este y 0-30 en el siguiente de Federer) y en un visto y no visto se encontró 0-3.
El marcador ponía a prueba la cabeza del número dos mundial. Cuando consiguió equilibrarlo (3-3), expresó en cifras lo que se veía sobre la pista: un duelo peleado de poder a poder, intenso y lleno de aristas, a la altura de una rivalidad legendaria. La reacción de Nadal, sin embargo, no fue más que una espuela en el espíritu de Federer. Desde ese punto, el suizo estuvo chispeante, simplemente fantástico, disparando un golpe ganador tras otro, algunos en posiciones inverosímiles. Del diálogo se pasó al monólogo. De la lluvia surgió un rayo. Federer.
Ninguna de las dificultades que rodearon al encuentro, la lluvia, el frío o el viento, afectaron a Federer
Pese a las dudas finales, fruto de tantas remontadas previas del mallorquín, acabó imponiéndose tras algunos minutos magistrales, elegantes, brillantes y propios de un tenista que se siente fuerte. Durante grandes tramos del partido, y salvo esos instantes finales en los que sufrió ostensiblemente, fue un Federer de cuerpo entero.
Un placer para la vista, un regalo para los espectadores y un castigo para Nadal, quien, sorprendentemente, se ausentó de la pista para ir al vestuario (6-3 y 5-4) antes de que su contrario sacara por segunda vez para ganar el partido.
Llegó entonces la lluvia. Se suspendió el duelo cuando tenía el suizo bola de partido (6-3, 5-4 y 40-30). Hubo unos minutos de suspense. Lo cerró Federer con clase: un ace y a pensar en Isner, que le ganó la última vez que se enfrentaron (primera ronda de la Copa Davis).
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