El curso ya ha concluido, al menos para el Atlético de Madrid, pero
Falcao no se da por enterado.
Sigue pagando rondas con remates
acrobáticos de espaldas a la portería y de espaldas al calendario.
Marcando goles de los que dan la vuelta al mundo y se conservan en las
videotecas, abriendo bocas de admiración cuando ya tocaba relajarse.
Si
el rendimiento de un futbolista es fruto de la programación científica
de un experto, los cálculos han fallado con el colombiano. Llegó en su
punto óptimo de forma al tramo final y decisivo de la temporada, con
unas cuantas actuaciones portentosas y un partido sublime y determinante
en la noche inolvidable de Bucarest. Pero no se frena, sigue y sigue.
Está desbocado.
Radamel está en su tierra, una certera inyección de
motivación, y no se contiene. Su temporada ha sido buena, con sus luces y
sus sombras, pero lo del último mes agota los calificativos. De mejor
delantero del planeta. Falcao proyecta al calor de sus goles la imagen
del Atlético, pero también se promociona a sí mismo.
Y eso, según para
quién, es todo un problema. A través de la voz, el futbolista
corresponde al cariño recibido durante un año en el Calderón (ya se le
advirtió de que no habría visto nada igual) con mensajes de querer
quedarse y hasta instalarse, pero a través de sus piernas reclama con
insistencia la atención de los buscadores de talento.
El dueño de las
acciones del Atlético (no está muy claro si también, o hasta cuándo, de
los derechos al completo del jugador) tiene motivos para frotarse las
manos. Cada nuevo gol del colombiano aumenta un pellizco el precio de su
venta.
Pero al tiempo, crecen también las ganas del hincha atlético por ver
más tiempo de rojiblanco al nueve. Podría salirle bien a Gil Marín la
bala de retener a Falcao.
Aunque su reputación por el Calderón no tiene
remedio y todo en el fútbol es artificio, quedarse con Radamel, ahora
que todos la dan por descontada, le permitiría simular una capa de
supermán sobre la espalda. Como Radamel siga marcando chilenas no le va a
quedar otro remedio. A este paso, si se marcha el Tigre, lo mismo esa
gente le come de una vez su carne morena.
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