122 años, cinco meses y catorce días. Ese es el tiempo que vivió Jeanne Calment, el ser humano más longevo. La ciencia del envejecimiento busca una fórmula que nos permita superar en buen estado el límite que marcó Calment
Puede
que en algún lugar del planeta ya haya nacido la persona que alcance
los 130 o 140 años de vida. Desde hace más de cien años la esperanza
media de vida aumenta de forma imparable y aún no parece haber alcanzado
el potencial máximo de longevidad. ¿Cuál será ese límite? En 1997 lo
marcó Jeanne Calment, una centenaria francesa que murió a los 122 años de edad. Esa longevidad podría dejar de ser excepcional con la ayuda de la ciencia.
El
elixir de la juventud ya no es una promesa de charlatanes y tahúres.
Existe una sólida carrera científica que persigue prolongar la vida
humana, pero sobre todo vivir más tiempo en buen estado físico y mental.
Quizá nuestra economía no esté preparada para afrontar un futuro de
centenarios, aunque los avances que están madurando en los laboratorios
más punteros podrían reducir los elevados costes sanitarios al luchar,
al mismo tiempo, contra el declive de la memoria, la diabetes tipo 2 o
las enfermedades cardiovasculares. Y también contra el cáncer, un
problema asociado al envejecimiento. Si se retrasara el deterioro de la
edad, se retrasaría también la aparición del cáncer porque el organismo
joven está mejor protegido.
Libres de la enfermedad
Todos
los días millones de personas toman pastillas para controlar los
niveles de glucosa, tensión sanguínea... «Tratamos de encontrar fármacos
similares que actúen sobre el envejecimiento. Parece ciencia ficción,
pero todos esos tratamientos para la hipertensión o la diabetes también
lo eran hace años y hoy forman parte de nuestra vida cotidiana», explica
María Blasco, directora del CNIO, el Centro Nacional de Investigaciones
Oncológicas.
Blasco
acaba de dar un paso decidido en ese sentido. Acaba de demostrar que se
pueden prolongar los años de vida saludable y conseguir un efecto
rejuvenecedor en mamíferos. Lo ha conseguido en un experimento con
ratones, actuando directamente sobre sus genes. En concreto, sobre el
gen de la telomerasa, una enzima clave tanto en el envejecimiento como
en el cáncer. El grupo de Blasco utilizó una terapia génica, una
estrategia utilizada con otras enfermedades que cura reparando los genes
defectuosos.
Los
ratones vivieron un 24% más. Si se asume que la vida media de los
humanos es de unos 80 años, esto significaría que el tratamiento
permitiría llegar a los cien años de vida media. Y, lo más importante,
libres de enfermedad. Los roedores vivieron más y mejor, retrasando los
males típicos del envejecimiento: osteoporosis, diabetes tipo 2,
coordinación neuromuscular... Bastó una sola aplicación.
El
experimento no solo funcionó, también proporcionó una pista
interesante: los mejores resultados se obtuvieron con los animales más
jóvenes. Lo que hace pensar que los tratamientos «antiedad» tendrían más
éxito si se aplican antes de que el envejecimiento se ha instalado y el
organismo emprenda el declive definitivo.
Genes y ambiente
El
gen de la telomerasa frena el envejecimiento y no es el único. En las
últimas décadas se han identificado varios genes que tienen un papel
importante en la duración de un organismo vivo. Hace treinta años se
descubrió que bastaba una única mutación de un gen para alargar hasta en
un 40% la vida de un gusano. Y desde entonces se han identificado otras
variantes genéticas con efectos similares.
Algunos
genes tienen una influencia decisiva y extienden o reducen la
longevidad de una persona, aunque la duración de la vida no depende solo
de la capacidad que tengamos para manipularlos. «Hay muchos otros
factores que influyen, empezando por el estado de salud de la madre
durante la vida fetal, los cuidados médicos, la alimentación, el
ejercicio físico y, en general, unos hábitos de vida saludables», apunta
Blasco.
De
los factores ambientales, la nutrición es clave.
Comer menos, es decir
la restricción calórica sin llegar a la desnutrición, es la única
intervención que ha demostrado hasta la fecha que realmente prolonga la
vida, recuerda Carlos López-Otín, catedrático de Biología Molecular de
la Universidad de Oviedo. «Se demostró, en primer lugar, en modelos
animales de laboratorio y se corroboró en primates, pero aún no existen
pruebas suficientes para saber si en humanos ocurrirá lo mismo.
Hay
experimentos en marcha con fármacos que mimetizan bioquímicamente la
restricción calórica que en unos años darán respuestas a esta
interesante cuestión».
Daños al azar
El
mejor punto de partida para enfrentarse al envejecimiento es creer que
no estamos programados para envejecer. «En realidad, el envejecimiento
es el resultado de una acumulación al azar de daños moleculares en
nuestro organismo. De una manera sencilla podríamos decir que la
evolución se lava las manos una vez que ha pasado la etapa
reproductiva», señala López-Otín.
No
estamos programados pero el envejecimiento es inexorable y nos ha
acompañado desde el principio de nuestra existencia como especie. «Pero
la longevidad es plástica y la exploración de los límites de esa
plasticidad es lo que determinará hasta dónde podrán vivir los seres
humanos del futuro», añade.
¿Habrá
una pastilla con la que frenaremos nuestra vejez? «Creo que en todo
caso se ralentizará pero no se detendrá, además una pastilla no bastará
para lograrlo. Probablemente se necesitarán varias intervenciones y
tratamientos», responde el catedrático de la Universidad de Oviedo. La
directora del CNIO, María Blasco, cree que el envejecimiento seguirá
siendo inevitable durante muchos años. «Pero no me parece ninguna
fantasía imposible que la humanidad tarde o temprano conquiste el
envejecimiento».
El poder de la uva
De
momento, muchos españoles recurren a fórmulas «antiedad» que ya se
comercializan en las farmacias, como la famosa «píldora del vino». Los
primeros estudios clínicos ya han demostrados que el extracto de uva con
resveratrol reduce el riesgo cardiovascular y puede ser un aliado para
combatir una de las primeras causas de mortalidad.
Este
producto, comercializado como suplemento alimenticio, está patentado
por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Juan Carlos
Espín, uno de los investigadores que ha participado en su desarrollo,
tampoco cree que el famoso elixir de la juventud exista ni existirá. «No
habrá un eureka ni una pastilla milagrosa. Contaremos con tratamientos
que nos permitan vivir en las mejores condiciones posibles».
Muchos
de los beneficios que ofrecen este tipo de productos se podría lograr
solo con una adecuada alimentación y buenos hábitos de vida. Sin tabaco,
alcohol, ejercicio o las calorías necesarias. «¿Pero quién lo cumple.
Nosotros ofrecemos un camino más fácil. Seguir esos hábitos cuesta
horrores. Yo tengo 43 años, tengo antecedentes familiares de diabetes y
colesterol y no hago ejercicio. Me tomo una pastilla diaria y mis
análisis están estupendos».
Viejos precoces
Las
investigaciones de la Universidad de Oviedo están proporcionando
información clave para entender este complejo puzle. Hay grupos que
estudian a centenarios que viven en unas condiciones envidiables. El
grupo de López-Otín se centra en los genes de las personas con progeria,
una extraña enfermedad que les hace envejecer de forma prematura y
sufrir en plena niñez los efectos de trombosis, infartos o alopecia,
todos problemas propios de la vejez.
La
prioridad de la Universidad de Oviedo es encontrar soluciones para los
enfermos con progeria, como Néstor y Guillermo, dos españoles cuya
enfermedad fue caracterizada por el grupo de López-Otín. Aunque el
interés es doble. Los genes que producen estas enfermedades están
proporcionando nuevas líneas de investigación e ideas para combatir el
envejecimiento convencional, «ese que a todos nos alcanza y nos iguala»,
apunta. De ahí el interés adicional por estudiar estas enfermedades tan
raras.
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