jueves, 1 de diciembre de 2011

Nadal y el ladrón del AVE



Tiene guasa. Tomasa. Mi despertador suena a las 6 am: echando leches me tiro de la cama, agarro la maleta y me planto en Atocha. Incluso me sonríe la suerte y llego con 20 minutillos de bonanza. Suficiente para pulular por la librería de la zona del AVE y agenciarme la biografía de Nadal escrita por John Carlin. Total, que subo al tren con destino a la final de la Copa Davis más chulo que un ocho.

Perfecto. Dos y horas y media que se me pasarán volando. Levanto la vista y compruebo que mi maleta está segura y en su sitio, cojo asiento, bajo la bandeja y coloco mi nueva adquisición: Rafa. Mi historia, reza la portada. En ese momento tomo conciencia de que no he comido nada y decido hacer una visita rápida a la cafetería, abandonando al bueno de Nadal sobre la improvisada mesa. A su suerte.

Según avanzo por el pasillo y voy sorteando gente, caigo en la cuenta de que mi libro está solo y rodeado de una veintena de desconocidos ojerosos, que probablemente van a ver el tenis y, quién sabe, si ahorrase 22 eurillos en un libro que tenían pensado comprar. La decisión es rápida:
no seas burro Alvarito. Además, considero que no estaré más de cinco minutos y que el ser humano es por definición buena gente. 

Acelero el paso y llego a la cafetería. Entro. Buenos días. Que si un café y una tostada con aceite y sal, cuando de repente me aborda una azafata con un ipad y un puntero en la mano. "Te importaría responderme a unas preguntas", me pregunta hiperactiva la jovenzuela. "Joder", refunfuño para mis adentros mientras le pongo cara de cordero 'degollao'. "Será un momento", insiste dando pequeños saltitos. Trago saliva y acepto. Y empieza a preguntarme tranquilamente: domicilio, profesión, email. Cosas por el estilo, al tiempo que puntea y golpea la pantalla lentamente. Tic-tic-tic-tic.




Respondo a todo con más paciencia que el Santo Job durante un buen rato, pero aquello va lento. Le dedico la mejor de mis sonrisas: "queda mucho". Una mirada de complacencia me deja sin argumentos: "hemos informatizado la encuesta. Es más rápido así. Estoy buscando el modelo de preguntas que se ajusta a su perfil", dice la pava. Tras un largo minuto de espera en el trato de atisbar a su espalda mi vagón, mi asiento y mi libro, continúa.

La cosa va más rápido. Tictictictic. Pero de repente, el ipad se apaga. Y carraspeo incómodo, "que pasa". Me mira incrédula como sopesando la respuesta, que al final decide no darme. Se gira, coge una cartera y saca unos papeles. "Lo haremos a la vieja usanza", responde jovial la tía pájara. A mi ya me corre por la nuca un sudor frío y solo pienso en mi libro, mi libro, pero consigo recomponerme. "De verdad que tengo mucha prisa", balbuceo con cara de panoli.

Pero no sé porque leches me quedo y respondo. Aquella ha pillado el mensaje y dispara a discreción, tachando casillas aquí y allí en plan autómata. En cinco minutos hemos acabado. Y salgo pitando. Corriendo. Literal. Al llegar a mi asiento descubro que soy tonto del haba y que mi libro sigue allí. Al tiempo que la señora del asiento contiguo me mira con cara de complicidad: 'dos minutos más y te lo birlo... '. Menudo Palomo.

Así fue el camino hacia la final en More Tenis
 


Álvaro Ferreres


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