El valenciano remonta en la quinta manga contra Kukushkin (6-1, 4-6, 7-6, 4-6 y 6-4) y le da el 1-0 a España ante Kazajistán
Ferrero, a punto de conectar un revés.
Kukushkin llega al duelo alentado por su presencia en los octavos del Abierto de Australia. Liberado de cualquier cadena, golpea con la derecha y sufre con el revés. El kazajo de origen ruso apuesta por el riesgo (81 ganadores a cambio de 101 errores no forzados), pero va dejando siempre señales preocupantes. En el arranque, cuando Ferrero enseña los dientes, desaprovecha varias oportunidades para llevar el partido a su terreno. Explota muy pocas y devuelve con enternecedora educación las conseguidas.
Igual que entrega el 0-4 y saque de la tercera manga para acabar perdiendo ese parcial, también desaprovecha, por ejemplo, un 0-40 nada más arrancar el cuarto, cuando ya Ferrero lleva una pierna disfrazada de momia. Su segundo saque es atacable, un regalo para un restador de la categoría del exnúmero uno: el kazajo solo suma el 43% de esos peloteos, por el 60% que se apunta con su segundo servicio Ferrero.
Ocurre todo sobre arcilla. Tras largos meses compitiendo en cemento, los dos tenistas sufren sobre la tierra y les piden a los fisioterapeutas que les cuiden las doloridas piernas. Huérfanos de los automatismos que dan las semanas de largos entrenamientos, resbalan con dificultad, y en muchas ocasiones abandonan el patrón tradicional de la arcilla, ese lento masticar de la jugada, para discutir el punto por la vía rápida, tras tantos meses compitiendo sobre cemento.
A partir de las tres horas, sin embargo, ya no cuentan las estadísticas, ya no pesan los datos, ya no hay estrategia que valga. Es el momento del corazón, de los nervios. Es la hora de Ferrero, todo un exnúmero uno, que no se inmuta cuando cede su saque en la quinta manga, que respira hondo pese a la desventaja, que cree, remonta y gana mientras Kukushkin, un novato, se deshace ante la presión como un azucarillo en el agua: falla los tres últimos peloteos del duelo.
Allí, frente al precipicio, gobierna Ferrero, que pese a todo se lleva un susto morrocotudo. "¡Eres un campeón! ¡Eres un campeón!", le grita Àlex Corretja, debutante en el banquillo. La grada, desangelada, quizás porque en Oviedo no están Rafael Nadal ni David Ferrer, los estandartes de España, tiene ahora buenos motivos para animarse: desde ahora, y empezando por Almagro, la selección, que logró el título en 2011, compite para defender una racha de imbatibilidad esplendorosa.
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